La frontera abierta y el Sueño Americano

Adames
Adames

Por Mel Adames

El asunto de la inmigración «abierta» lo cual es un postulado de la globalización que se cierne sobre la cultura de Occidente, en los Estados Unidos, especialmente, se ha convertido en un tema de debate de implicaciones globales. Gente de todas las lenguas, costumbres y naciones parecen tener una opinión muy personal y acalorada al respecto.

Muchas de esas opiniones, irremediablemente, reflejan las costumbres y conductas que conforman el patrón social de esos respectivos países. Muchos de los inmigrantes que residen ya en los Estados Unidos también se han sumado — para bien o para mal —  al grito universal anti-americano que este asunto ha despertado en los últimos tres años.

Muchos de estos inmigrantes, quienes se han radicado ya en la Gran Nación del Norte, han arremetido ahora contra otros — también inmigrantes — quienes han mostrado, en la opinión de los primeros, una posición a la que muchos entre ellos, percibe como contra-inmigrantes.

Oros han ido más lejos, tildando a todo inmigrante que defienda o pronuncie cualquiera postura que pudiera dar apariencia de un sentimiento anti inmigratorio, como un «peligro». Y cuando conclusiones como estas son difundidas en las Redes Sociales, el fuego puede cobrar mucho vigor — muy rápidamente.

Pero, salvo raras excepciones, un inmigrante que llega a los EE.UU., legalmente, no debe ser visto como un peligro para otro inmigrante, aun cuando este último se haya escurrido en el país ilegalmente, queriendo luego imponer — en la sociedad del mismo país cuyas leyes él ha violentado — su egoísta y amañada visión del mundo.

La insinuación, formulada por algunos, de que quien llega legalmente es «un peligro para los que llegan ilegalmente» es no sólo odiosa sino detestable. A mi, personalmente, se me ha tildado de racista, no sólo por gente que me ha conocido por años, sino por gente que sabe muy bien que no puedo, ni siquiera por asomo, ser una persona racista, o nada que se parezca.

Entre los inmigrantes —legales o ilegales — lo que ocurre es que una gran mayoría ha dejado sus respectivos países y, al hacerlo, han traído consigo todas las mañas y desajustes que caracterizan, no solo la cultura de sus respectivos países, sino la conducta de los ciudadanos de dichos países.

Todos esos males — como una avalancha — se vierten contra la sociedad norteamericana, afectando negativamente — con todos esos desajustes y mañas —  todas las esferas de la vida nacional estadounidense.

Esto, consecuentemente, ha dificultado en gran manera la vida en la sociedad «yanqui», y en la medida que el Estado procura maneras de cómo enfrentar la situación de ilegalidad, crimen y desdén — que el asunto de la inmigración ha impuesto en la sociedad de los EE.UU. — la tarea en si misma, ha sido inmensamente ardua.

Como resultado, el país entero sufre ahora las profundas consecuencias de este asalto. Como ha sido el caso en las últimas tres décadas  — este asalto se remonta a la condición de una invasión silenciosa que amenaza la estabilidad de la misma nación que ha recibido a millones de inmigrantes e ilegales — y cuya estancia, en el territorio nacional, conspira contra la salud de la misma patria, que les ha dejado abierta la puerta.

Personalmente, anhelo que se pudiera arribar a una solución que sea humanitaria y compasiva para este asunto, pero la realidad nos muestra siempre su lado cruel. Aunque el asunto de la inmigración debe ser abordado de una perspectiva de compasión, esta última no demanda en si misma — en la misión de mostrarla y dispensarla — que aquel que la dispense, deba sufra el embate y los reclamos de una multitud de recipientes de dicha compasión, a quienes les importa un comino el respeto que ellos deben mostrar a quienes les extienden dicha compasión.

Estados Unidos — aunque muchos pretenden entenderlo así — no es meramente un «país de inmigrantes». Para que se le pueda conferir el título de inmigrante a un ciudadano de una tierra extranjera que arriba a las playas «yanquis», este último debe tomar un voto de Lealtad a la cultura, la gente, las leyes y a las costumbres de los EE.UU.

Estados Unidos es una nación formada por millones de ciudadanos quienes han jurado lealtad a las mismas demandas constitucionales, hacia las cuales se espera que todos los inmigrantes — legales o no — hayan también de jurar lealtad.

Entendido así, podemos entonces concluir que poder emigrar a los Estados Unidos no debe ser asumido como un «derecho», sino con un Privilegio. Los inmigrantes que hemos llegado hasta estas tierras no nos hemos ganado el «derecho» de vivir aquí; ese Privilegio nos ha sido concedido — muy a pesar de las múltiples vicisitudes con las que la nación «yanqui» tiene que lidiar diariamente.

En ese espíritu, entonces, todo inmigrante que tiene la dicha de pisar el suelo «yanqui» debe dedicarse a la preservación de la sociedad norteamericana, abrazando sus costumbres y respetando sus leyes. Todo inmigrante que voluntariamente decide venir a residir en la Tierra de Washington, Jefferson y Lincoln, debe obedecer sus leyes, debe asimilar sus costumbres y debe procurar hablar su idioma.

Todo inmigrante que se haya sumado — legal o ilegalmente — a la sociedad de los Estados Unidos, ya sea hace sólo una semana, o hace 70 años, haría muy bien en observar cada una de esas expectativas.

Hacerlo así, pondría en evidencia no sólo la nobleza de cada inmigrante, sino su capacidad de generosidad, cooperación y consciencia social, las cuales son necesarias para que esta Sociedad, de la que ahora somos parte, sea una sociedad verdaderamente Inclusiva — para aquellos que con denuedo y entusiasmo, quieren ser parte de ella.

Estas, no son sólo las expectativas del gobierno estadounidense; estas son las imposiciones de la Generosidad y la Consciencia Social y Ciudadana, de las cuales debe estar armado todo inmigrante que llega estas tierras. Cada uno de ellos debe venir armado con la noción de que al arribar en estas tierras, carentes de esa generosidad,  o renuentes a abrazar las imposiciones legales inherentes en el derecho ciudadano, el Sueño Americano se ha convertido en los últimos años en una verdadera pesadilla.

Si todo inmigrante que arriba a la nación «yanqui», llegase equipado con una dosis saludable de entusiasmo, respeto y amor hacia su nueva Patria, ese  Sueño Americano, podría llegar a ser lo que hasta hace algún tiempo, fue. La contribución denodada, generosa y febril de millones de inmigrantes que arriban a este país, desde todo el planeta, es lo que ha hecho de esta nación, una Nación Grande.

Los inmigrantes que recién llegan a estas playas, pueden efectivamente hacer posible que esa noble historia que cuenta de de más de 241 años, siga siendo lo que ha sido, desde los momentos iniciales cuando esta aún joven Nación comenzará a dar sus «pininos». Al fin y al cabo no estaremos aquí para siempre. Este Sueño, se lo debemos a nuestros hijos.

Sobre el Autor

Agencias De Noticias

TRA Digital

GRATIS
VER