Viajar en tren comercial de levitación magnética más rápido del mundo

TREN DE LEVITACION
TREN DE LEVITACION

REDACCIÓN INTERN.|| BBC MUNDO.-  Me alejé del mostrador de facturación, con la tarjeta de embarque en la mano. Mi vuelo estaba programado para salir desde Shanghái en dos horas, pero en lugar de ir a la puerta de embarque, me di la vuelta.

Si había calculado bien, tenía tiempo para una última aventura antes de irme de China: quería subirme al tren comercial más rápido del planeta.

El tren de levitación magnética de Shanghái conecta el Aeropuerto Internacional de Pudong con la red de metro de la ciudad, con velocidades de hasta 430km/h, más de un tercio de la velocidad del sonido.

Es uno de los pocos maglev(como se llama a los trenes de levitación magnética) del mundo accesibles al público, una maravilla tecnológica que uno esperaría encontrar en un parque temático y no en un sistema de transporte público.

La estación de tren está ubicada en medio del aeropuerto, con carteles que indican el camino en chino y en inglés, junto a un moderno gráfico de un tren flotando sobre unas vías.

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Sin fricción

En lugar de desplazarse sobre ruedas, los maglevs se deslizan, eliminando la fricción.

La explicación científica es muy simple.

Cualquiera que haya jugado alguna vez con imanes sabe que los polos positivos y negativos se atraen entre sí, mientras que dos positivos (o negativos) se repelen.

Los maglevs aprovechan esa repulsión activando y desactivando rápidamente electroimanes para impulsar los vagones hacia adelante a velocidades increíbles.

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Una experiencia imperdible

No soy un apasionado de los trenes, pero sí de los medios de transporte y esto era algo que tenía que probar.

Tardé varios minutos llegar a la estación, donde encontré una máquina de billetes y analicé mis opciones.

Un viaje de ida y vuelta costaba 80 yuanes (unos US$12), mucho menos que una entrada para el parque Disneyland de Shanghái.

Incluso había una opción para ir en primera clase, pero la dejé pasar, asumiendo que en el tren más avanzado del mundo la segunda clase estaría bien.

Y entonces miré el mapa y dudé, dándome cuenta de lo que estaba a punto de hacer.

Si todo sucedía como prometían, recorrería en el tren a toda velocidad 30 kilómetros. Al llegar a la estación de Longyang Road, menos de 8 minutos más tarde, la idea era salir e, inmediatamente, tomar el próximo tren de vuelta.

Si todo salía como estaba planeado, el viaje de ida y vuelta de 60 kilómetros me tomaría menos de 20 minutos. Si no, tendría una interesante conversación con un representante de la aerolínea explicándole por qué había perdido el vuelo.

Era mi última oportunidad para echarme para atrás. Respirando profundamente, metí un billete de 100 yuanes (unos US$15) en la máquina.

Después entré en un reluciente vestíbulo con pilares dorados. Un reloj digital contaba los segundos hasta la siguiente salida.

Por culpa de mis dudas en la máquina de billetes, había perdido el tren y faltaban cerca de 8 minutos para que llegara el siguiente.

Pero antes de que le reloj alcanzara el primer minuto, un tren blanco y elegante de cuatro vagones llegó a la estación.

Las puertas se abrieron y entré en el limpio y moderno vehículo de asientos de pana azul. No era nada extraordinario, excepto por el reloj digital y el velocímetro situados a cada extremo del vagón.

La cuenta atrás llegó a cero, las puertas se cerraron y salimos de la estación.

Verdaderamente rápido

El tren aceleró inmediatamente. En poco tiempo, el velocímetro alcanzó los 100 kilómetros por hora y después los 200.

Yo había esperado que mis compañeros de viaje estuvieran pegados a sus celulares, ignorando las maravillas del viaje. En cambio, estaban emocionados como niños de colegio.

A 300 kilómetros por hora, los pasajeros comenzaron a ponerse en pie, posando para fotos frente al velocímetro.

El paisaje se difuminaba a través de la ventana y dentro del vagón un zumbido se hacía cada vez más fuerte. “Siento como si estuviera volando”, exclamó Tin Nguyen, un visitante de California.

Un poco más tarde llegamos a los 431 kilómetros por hora, velocidad a la que se mantuvo el tiempo suficiente como para disfrutar de la sensación que producía.

Entonces, el tren comenzó a desacelerar: 300 kilómetros por hora, luego 250. A 100 parecía como si estuviéramos gateando.

Agarré mi bolsa, preparándome para un rápido transbordo. Cuando las puertas se abrieron, me precipité hacia la salida, pero en lugar de girar a la izquierda para dejar la estación, giré a la derecha.

Corrí hacia la plataforma y, para mi sorpresa, me encontré en el mismo vagón del que acababa de salir. Podría haberme quedado a bordo y ahorrarme el precio del billete de vuelta. Un error de novato.

Todo lento afuera

En el viaje de regreso me percaté de detalles nuevos, como el tráfico que avanzaba lentamente en la carretera paralela y desaparecía, difuminándose a medida que ganábamos velocidad.

En unos 4 minutos, varios pasajeros se precipitaron a un lado del tren. Quité la mirada del velocímetro y vi una mancha a través la ventana. Era otro maglev yendo a toda velocidad en la dirección opuesta.

El tren aminoró la marcha y llegamos a la terminal. Esta vez, me dirigí diligentemente a la fila seguridad e inmigración, tremendamente lenta.

Cuando finalmente llegué a la puerta de embarque, cerca de la mitad del vuelo ya había subido al avión.

Me coloqué detrás de una pareja que reconocí de la fila de facturación. Parecían aburridos y un poco abatidos, cargados con bolsas del “duty free”.

No podía ver lo que habían comprado, pero no tuve ninguna duda de que yo me llevaba a casa el mejor suvenir.

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