Redacción Internacional.- La investigación de la trama rusa, que busca esclarecer si hubo coordinación entre el equipo electoral de Donald Trump y el Kremlin para influir en las elecciones presidenciales, entró este lunes en el terreno de las acusaciones formales señalando a quien fuera uno de los hombres fuertes de Trump, Paul Manafort.
El exdirector de campaña se entregó al FBI junto a un socio suyo, Rick Gates, para responder por una docena de delitos que incluyen la conspiración contra Estados Unidos (por ocultar sus actividades y sus ingresos) y el lavado de dinero. Los cargos no se refieren a la campaña electoral, sino que se centran en la asesoría a un político ucraniano afín a Putin.
En cambio, la confesión de otro asesor de Trump, George Papadopoulos, sí abona las sospechas de connivencia: admitió contactos con una persona cercana al Kremlin que le prometía trapos sucios sobre Hillary Clinton y se declaró culpable de haber mentido al respecto.
Un jurado indagatorio aprobó la acusación por los presuntos delitos contra Manafort y su socio el viernes, en el marco de la macroinvestigación que desde el pasado mes de mayo dirige un fiscal especial, Robert Mueller.
Las pesquisas de Mueller no se centran en si Moscú quiso interferir en las elecciones estadounidenses, algo que las agencias de inteligencia de EE UU y el FBI ya dan por probado, ni en si esta presunta operación rusa tuvo algún efecto en los resultados electorales materia de debate para politólogos y sociólogos, sino si entre el Kremlin y la campaña de Trump hubo algún tipo de colaboración para favorecer la derrota de la demócrata Clinton.





