Por: Dra. Claudia Hernández
Este 31 de octubre se cumplen los 501 años de la Reforma Protestante. Decimos que es un nombre inapropiado porque más que una simple reforma, se trató de una profunda revolución que no sólo cambio un sistema de creencias y valores, sino que constituyó la plataforma para el posterior desarrollo de la ciencia, la cultura y una economía de mercado basada en la eficiencia.
De hecho, Max Weber, conocido sociólogo y filósofo alemán ha planteado la existencia de una estrecha relación entre la reforma protestante como acontecimiento histórico y el posterior desarrollo del sistema capitalista. Por supuesto que no en su versión de capitalismo salvaje como lo conocemos hoy en día.
La tesis de Max Weber está fundamentada mayormente en los aportes del reformador francés Juan Calvino, sin duda alguna el más grande de los teólogos protestantes. Conforme a estos planteamientos, Calvino habría aportado una visión diferente en términos de estructura administrativa para los negocios, el Estado y sus instituciones.
Tal enfoque rompía con la estructura jerárquica vertical en la que, por ejemplo, el presidente está colocado en la cima. Para Calvino primaba y se imponía el criterio de equidad e igualdad.
Su cosmovisión no vertical, más bien planteaba un tratamiento horizontal en término de la división del trabajo. De esta manera, el presidente no es el primero entre sus iguales, es sencillamente el presidente, pero con un rol diferente; un conserje o un jardinero no es el último entre sus iguales, sigue siendo igual, pero con un rol diferente.
La genialidad calvinista (y de aquí su maravilloso resultado) fue introducir la persona de la divinidad en el sistema. Y puesto que se trataba del absoluto, tenía que introducirlo de manera que Él (Dios) lo permeara todo.
Para introducir la eternidad en la temporalidad Calvino hizo un ejercicio de transversalidad, eso que hoy en día conocemos como “el eje transverso”. Este “eje transverso” lo sustento en la conocida cita del apóstol Pablo “Hagan todo para la gloria de Dios”.
Lo más importante de todo esto es que el ideal calvinista fue profundamente asimilado por los diferentes países que se abrieron a la revolución protestante, aquella que Lutero había motorizado en la primera reforma.
Todos estos países cimentaron su desarrollo en la proclama de “todos somos igualas, solo nos diferencian los roles y sin importar lo que hacemos, debemos hacer todo para la gloria de Dios”. De aquí que no es accidente que los primeros países en industrializarse fueron aquellos que asumieron los principios de la Reforma protestante o, para decirlo mejor, de la revolución protestante.
Está claro que “hacer todo para la gloria de Dios” es hacer las cosas con la debida excelencia, con la necesaria calidad y por supuesto: “bien desde el principio”.
De manera que Calvino se anticipó a lo que conocemos hoy. Él se atrevió a beber de la sabiduría eterna encerrada en el “libro de los libros”. ¡y he aquí el resultado!, el parto de la industrialización y posteriormente del capitalismo, de la ciencia, de la cultura, del desarrollo, pues si toda verdad es cristiana no hay que tenerle miedo a que la tierra gire, o al libre ejercicio de ciencia, menos a la escritura revelada; no hay porque temer a que los hombres se encuentren con la verdad.
Tal era el ideal de Cristo: “conozcan la verdad para que la verdad los haga libres”. Por ello celebramos con regocijo los 501 años de la revolución protestante. Una revolución que todavía es reforma en nuestro país, pero que algún día su luz será más intensa para guiarnos por los senderos del desarrollo y la prosperidad, en justicia y equidad. “Sola escritura -sola gracia- sola fe”.