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De prisión injusta, niños testigos y la publicidad restringida

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Por: Valentín Medrano Peña.

Bob Fenenbock fue dejado en libertad tras 28 años de prisión injusta en los Estados Unidos, nación tenida como modelo de justicia en todo el orbe. La sola declaración de un niño sirvió como prueba para ponerlo en un lugar y acometiendo acciones que definían un tipo penal grave. Y fue condenado.

La condena de Fenenbock condenó entonces a los jueces y a los fiscales e investigadores actuantes, condenó al sistema de justicia norteamericano y condenó a la humanidad, pues ésta no puede darse el lujo de haber andado tanto abonando con sus fluidos y desechos la tierra como para permitirse un acto de injusticia de esta dimensión.

Y ocurren, con más frecuencia de lo que cualquiera desearía. En el pais, por ejemplo se ha instaurado una fábrica de condenas que nos condenan, pero no hay interés en lo humano, son estadísticas, cierres procesales, y cumplimientos de las exigencias de órganos foráneos con sed de sacrificos que les ofertamos sumisos.

Para unos pocos jueces dominicanos conscientes, el error judicial que condenó a Fonenbock los llamará a reflexión, les compungirá el alma y les procurará reflexividad abonando su independencia e imparcialidad y su obligación de poner en duda todo como manda la ciencia.

En cambio otros verán justificados sus errores, “si se cometen en Estados Unidos, la misma nación que nos constriñe y espía y persigue y adoquina para que seamos drásticos, aquí podemos multiplicarlos como hacemos de cotidiano, mirando y escogiendo a la antítesis del derecho.

Bob Fonenbock era un ciudadano como cualquiera de nosotros, pudo haber sido un maestro, un ingeniero, un panadero, un policía y hasta un juez. Este rindió un servicio a su patria, y se sintió seguro en un país en paz luego de haber servido en la guerra, y fue condenado injustamente y purgó una pena en un país sin guerra interna. Nos puede pasar a todos.

El caso viene a bien por el mal instaurado sistema de publicidad de procesos de presunta violación sexual a menores que se estilaba sobre todo en el Distrito Nacional y que hemos denunciado, pues tomar como premisa la sola declaración de un menor para hacer un boom mediático que cimente una carrera es una violación múltiple.

Como se vio en el caso Fonenbock, un niño mintió, y vale decir que la mentira y la imaginación creativa son la realidad de estos. Samuel Leibovitz en su biografía escrita por Quintín Reynolds así lo manifestaba: -“los niños pueden creer cualquier cosa, haya o no sucedido”.

Siendo esto una verdad apuntada por la ciencia, reviste un enorme peligro y daño, publicitar los casos de violación a menores por varias razones entre las que se encuentran, el hecho de que el menor pueda no estar mintiendo y la publicidad en su círculo crearía deducciones que aún omitiendo de los impresos y la noticia periodística su nombre, se podrá deducir creando una tara social continua y eterna de similar daño que el ataque de que fuera victima.

Pero podría ocurrir que estuviera mintiendo y en ese caso se estaría dañando por igual su nombre, pues la tara del desvelo de la verdad le acompañarían siempre en su vida adulta como el mitómano peligroso, pero le haría por igual muy difícil a las autoridades persecutoras admitir su yerro y enmendar su error. ¿Y el asi acusado? Dañado en su honra, su dignidad y su nombre sin posibilidad de absoluta recuperación.

La necesidad de no publicidad es legal en estos casos, cosa a la que algunos adalides del vedetismo hicieron caso omiso, pues los juicios de esta índole están llamados a ser a puertas cerradas, el nombre del menor omitirse en los partes informativos, constituyendo parte de la protección del buen nombre y la dignidad del menor a que obliga el Código del Menor, todo lo cual es conformante del principio del Bien Superior del Menor. Pero eso no lo saben quienes han querido sonar a costa de lo que sea.

Bob Fonenbock es el ejemplo de lo que no debe hacerse, es reflexión social obligada y es también la demostración del peligro que se cierne sobre todos nosotros en la vida en civilidad, y la razón que mueve a preocupación y a resistir respecto del populismo penal. ¡Qué pena!

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