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Mi mamá y la ciudad de los jueces “NUDGESLAND”. El cerco de tentaciones

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Por: Valentín Medrano Peña.

Cuando éramos niños mi madre nos amaba a todos sus hijos por igual, nos protegía y educaba pero también nos corregía y castigaba. Era muy justa, pues si no era testigo del hecho litigioso nos escuchaba, aveces juntos y aveces por separado. Y casi siempre acertó en la determinación del culpable e imponía la sanción.

Como humana, su obra no era perfecta, pero muy pocas veces ocurrió una sanción injusta.

Amé su imparcialidad demostrada. Poco importaba que algun sabichoso y aveces un cómplice de este procuraran la impunidad con sus creativas narraciones o señalamientos culpatorios a Inocentes y exculpatorios para ellos. Los premios y castigos nos formaron y nos hicieron lo que somos. Nunca hizo distingos, ni siquiera cuando el conflicto incluía a un primo, a un vecino o a un transeúnte desconocido. Su justicia fue equitativa.

Con mi madre no había y aún no hay ventajas, dio a cada quien lo merecido y en el nivel justo, sin excesos o extravíos, nos amó y dio mimos y consentimientos, y nos juzgó e impuso sanciones.

Situación similar viví con mis maestros, quizá la vida predestinaba lo que hoy sería, me conducía al ejercicio del derecho. Mis maestros puede que empatizaran más con los niños más elocuentes o más disciplinados, los más tranquilos u obedientes o los más diestros, en verdad no lo noté, y en mis primeros años de educación quizá no fui ninguno de estos o de grupo alguno, salvo quizá de los tímidos y apenados.

Ya adulto tuve la honra de ser parte de dos generaciones de estudiantes, para la primera era yo muy joven y para la segunda muy adulto. Hoy mis compañeros de estudios son en una gran cantidad jueces y fiscales. Tuvimos una gran interacción en la universidad. Nos amistamos, compartimos vivencias y cada uno fue elegido por los roles del proceso. Algunos se casaron entre sí y fueron bifurcados por los mismos roles, siendo la esposa jueza y el marido abogado en ejercicio o fiscal y viceversa. Es la ley de codearse que requiere de algún roce para hacer parir el amor.

Por mucho tiempo he visto un mal sano interés de dividirnos como clase, de entenderse que una función es una negación a lo que como base se es, ser abogado. Recientemente el Consejo del Poder Judicial determinó que los jueces deben estar en un sitial de aislamiento respecto a abogados, defensores públicos y fiscales. Lo próximo habrá de ser, el enuncio de un complejo habitacional construido para jueces, que deberán convivir entre ellos, casarse entre ellos y tener hijos juecesitos desde el nacimiento, probablemente deberán tener su propio sistema de cable marginado del localismo informativo, su propio sistema alimenticio y la equidad en fortuna y desgracias. No sé si los deliveries deberán ser parte del personal del Poder Judicial.

Esta hermosa decisión sólo habla de la poca confianza que se tiene a los jueces, a los que hay que evitarles tentaciones porque se les cree, desde el mismo poder judicial, incapaces de resistirlas.

Lo ideal y lo correcto es que interactúen con todo el mundo, pues son humanos juzgando a humanos humanamente y sobre la base del conocimiento humano del que pretenden aislarlos.

La medida hará que sólo escuchen la versión interesada de la parte del sistema al que pertenecen. Para ellos todo andará bien aún cuando las críticas que deberían escuchar de viva voz, no les alcancen porque estarán sus puertas cerradas.

Decir que los árbitros no deben o no tienen capacidad para interactuar con las partes y ser imparciales es descalificarlos, moralmente porque se les alude incapaces de solventar cualquier proposición indecente, y en sus inteligencias porque se supone deben ser lo suficientemente listos para que si desearan ser corruptos, hacer que la disposición siquiera sea escollo para serlos, pues siempre deberían encontrar la forma, medios-intermediarios y objeto. Y es que es por sus inteligencias que logran ser jueces, y si un estúpido iletrado delincuente puede hacerlo, ellos deben saberlo hacer y deshacer para juzgarlo y para marginarlo de sus conductas.

El tiempo dará la oportunidad de revisar esa decisión, pero en lo que ocurre producimos un innecesario cerco a los jueces, que antes de serlo fueron abogados y antes estudiantes y se enamoraron y matrimoniaron con otros abogados en ciernes, con quienes están obligados a interactuar, a menos que la institución nodal de la vida en sociedad deba estar vedada para jueces o sesgadas a una profesión, su profesión.

La norma sólo puede regir lo que es bueno para todos, y cuando no lo hace debe rechazarse, anularse o inaplicarse no importa lo hermoso del contenido literario.

Mi madre sigue siendo mi referente de juez, aún cuando jamás haya leído una jurisprudencia legal. Y aún entendiendo que el nuevo presidente Supremo tiene la intención de sanar el sistema, no siempre acertará en la debida solución, por lo que deberá enmendarse en esta malsana cultura de no reconocer yerros y no pedir perdón.

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