Philip Tassi advierte que el cementerio donde trabaja está desbordado de pedidos, pero aquí no hay tiempo para pausas: el gobierno de Nueva York acaba de anunciar que entre el lunes y martes se registró un nuevo récord de 731 muertes por el coronavirus en el estado.
«El número de solicitudes de entierros y cremaciones que tenemos está subiendo 300% probablemente», dice Tassi sobre el camposanto de Ferncliff en Westchester, pocos kilómetros al norte de Manhattan.
Por ese crematorio pasan ahora hasta 20 cuerpos en jornadas laborales de 16 horas, los siete días de la semana. Pero incluso así, operando al máximo de capacidad, la agenda está colmada hasta fines de la próxima semana.
La historia se repite en otros lugares de Nueva York, el epicentro de la pandemia de coronavirus en Estados Unidos, el país con más casos confirmados de covid-19 en el mundo, publicó la agencia BBC Mundo.
«La mayoría de los cementerios no tienen unidades de refrigeración para una pandemia. Entonces, el problema más grande ahora es que no tenemos almacenamiento refrigerado para mantener los cuerpos aquí por largos períodos».
Así lo señala Tassi, quien preside la Asociación de Cementerios del Estado de Nueva York y trabaja desde hace 23 años en el sector.
Las funerarias también están rebasadas, y las autoridades han enviado decenas de morgues móviles o tráilers con refrigeración a hospitales y otros puntos de la ciudad para evitar que los cadáveres se acumulen sin un lugar que los reciba, como ha ocurrido en otros países golpeados por el virus.
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«Nunca he visto algo así en toda mi vida, esta cantidad de personas que pueden fallecer en un período tan corto», le dice Tassi a BBC Mundo. «Ni en el 11-S teníamos el número de cuerpos que tienes con esto», sostiene en referencia a los atentados de 2001 en la ciudad.
De hecho, aquellos atentados que EE.UU. considera el «mayor ataque terrorista» de su historia mataron 2.753 personas en Nueva York.
Pero ese saldo mortal fue superado oficialmente esta semana por el coronavirus, que se ha cobrado más de 3.200 vidas en la ciudad y 5.489 en todo el estado.
El virus y la ciudad
La pandemia ha transformado Nueva York: nunca la ciudad estuvo tan quieta y callada por tanto tiempo, al punto que puedes cruzar sus avenidas sin esperar a que el semáforo se ponga en verde o escuchar una moneda caer en la acera desierta.
El silencio apenas se rompe cuando pasa alguna ambulancia con la sirena encendida.
O a las siete de la tarde de cada día, cuando los neoyorquinos ovacionan desde sus ventanas a los trabajadores de salud que combaten el virus y la ciudad parece recuperar su espíritu bullicioso por un par de minutos.
Las autoridades locales extendieron al menos hasta el 29 de abril el cierre de escuelas y comercios no esenciales, así como la prohibición de reuniones, con multas de hasta US$1.000 previstas para los infractores.
Aunque la policía no controla de forma ostensible el desplazamiento de personas, los 8,6 millones de neoyorquinos han acatado en gran medida el pedido de que permanezcan en sus domicilios todo el tiempo que puedan.
La emergencia sanitaria es imposible de soslayar, incluso para quien va a ejercitarse un rato a Central Park.
Un hospital de campaña instalado allí por una organización religiosa humanitaria recibe decenas de pacientes de covid-19, y ver esas carpas blancas sobre el césped de esta ciudad rica puede estremecer.
También han comenzado a convertir en hospital la catedral de San Juan el Divino, en Manhattan, considerada la mayor iglesia gótica del mundo.
Y los militares han transformado el centro de convenciones Javits, en la misma isla, en otro nosocomio temporario con 2.500 camas disponibles.
El objetivo es aumentar la capacidad de atención médica, que está al límite en un estado con más de 138.800 casos confirmados de coronavirus y más de 17.400 personas hospitalizadas por la enfermedad.
El presidente Donald Trump autorizó además esta semana que un buque hospital militar que envió a Manhattan comenzara a recibir pacientes de covid-19.
Pero, en otra muestra de que la enfermedad se expande sin control, la Marina de EE.UU. informó el martes que un tripulante de ese barco, el USNS Comfort, está infectado de coronavirus y otros fueron aislados preventivamente.
Pese al récord de 731 muertes que registró el estado de Nueva York de lunes a martes, el gobernador Andrew Cuomo indicó que se han desacelerado las hospitalizaciones y el pasaje de pacientes a cuidados intensivos por el virus.
Esto enciende una luz de esperanza.
Cuomo sugirió que, gracias a las medidas de distanciamiento social, Nueva York podría estar alcanzando una meseta en su curva de hospitalizaciones.
Sin embargo, aún es demasiado pronto para saber qué pasará.
«Todavía no estamos haciendo lo suficiente para saber cuántas personas están infectadas», señala Theodora Hatziioannou, profesora asociada de virología en la Universidad Rockefeller en Manhattan.
«Entonces, predecir que el pico es esta semana, la próxima o la siguiente es imposible en este momento», le dice Hatziioannou a BBC Mundo.
«Nuestras vidas cambiaron»
También han surgido advertencias de que la cantidad de muertes por coronavirus en Nueva York puede ser mayor que la cifra oficial.
El concejal Mark Levine, presidente de la comisión de salud de la ciudad, indicó que las muertes en domicilios privados se han multiplicado por 10 respecto a tiempos normales, hasta alcanzar entre 200 y 215 por día.
«Seguro que casi todo el aumento es gente con coronavirus. Pero no todos se cuentan de esa manera», tuiteó.
Levine también causó estupor esta semana al indicar que pronto se comenzarían a realizar «entierros temporarios» de víctimas de coronavirus en Nueva York, aunque luego aclaró que se trata de un plan de contingencia a descartar si el número de muertes cae lo suficiente.
El alcalde Bill de Blasio admitió el lunes que puede haber un plan de ese tipo, pero negó que vayan a producirse entierros en parques. Y su portavoz indicó que en cambio podrían realizarse en Hart Island, una isla en el Bronx.
Lo cierto es que el virus traza un nuevo paisaje sombrío en esta ciudad opulenta, que dejaba en el pasado la pesadilla del 11 de septiembre.
«El 11-S fue un evento terrorista y esto nos aterroriza, nos consume todos los días, estemos en el trabajo o en casa con nuestras familias: parece que nos habla todo el tiempo, que hablamos de eso todo el tiempo», reflexiona Phil Suarez, un paramédico que colaboró en los esfuerzos por rescatar víctimas de los atentados en 2001.
Suarez también atendió heridos de guerra en Irak en 2017 y trabajó en desastres, pero asegura que el coronavirus lo ha vuelto «mucho más cauto» en su labor, que se incrementó sensiblemente en Nueva York.
«Antes nos acercábamos a un paciente sin guantes, lentes ni máscara, pero ahora tenemos que protegernos por completo», le explica el paramédico a BBC Mundo.
«Nuestras vidas», dice, «probablemente cambiaron de forma drástica desde hace un mes».