La pandemia mundial ocasionada por el COVID-19 ha traido un cambio a la vida de millones de personas de una manera inimaginable desde hace apenas unas semanas o incluso días. Los cambios se han estado dando tan rápidamente que nos han tomado por sorpresa a la mayoría de la población mundial. Todos estamos tratando de adaptarnos a esta nueva realidad con la esperanza de que acabe pronto la pandemia, aunque es imposible predecir cuánto durará y qué consecuencias tendrá para todos.
Los seres humanos hacemos planes para el futuro pensando que tenemos el control de nuestras vidas, pero basta un pequeño virus, un microorganismo que no podemos ni ver, para alterar completamente nuestras rutinas y destruir nuestros planes. Las crisis nos recuerdan que todos somos frágiles y susceptibles a enfermarnos e incluso morir repentinamente.
Los seres humanos tratan de marcar diferencias económicas, sociales o culturales, pero el COVID-19 nos recuerda que todos podemos enfermarnos y que todos estamos interconectados y nos necesitamos unos a otros. No importa en qué país vivamos, qué edad tengamos o a qué nos dediquemos, todos somos importantes y necesarios en este mundo. Solamente se puede detener la propagación del virus con la colaboración fraterna de todos.
Todos los seres humanos somos creados a la imagen y semejanza de Dios (Gen. 1:27). La imagen de Dios es la base fundamental para el valor y dignidad de absolutamente todas personas. La Biblia enseña que Dios es el dador de la vida, por lo que desde la concepción hasta la tumba debemos proteger y valorar la vida de todos. La vida humana no tiene precio y no importan las consecuencias económicas que una catástrofe como la que enfrentamos traiga, debemos luchar a toda costa por cuidar las vidas de todos. Cualquier llamado a “sacrificar” a unos por el bien de otros es deleznable y contrario a la dignidad dada por Dios a todos los seres humanos.
No importa si los problemas son pequeños o grandes o si las consecuencias parecen imposibles de soportar, nuestro Dios es la única fuente de verdadera seguridad y podemos confiar en El. Dios cuida de nosotros como lo menciona el Salmo 121 y podemos corroborarlo a lo largo de toda la Escritura y muchos lo hemos experimentado durante nuestras vidas. Los cristianos sufrimos como todos los demás, pero lo podemos hacer con la paz que Dios nos da al saber que nuestro Padre Celestial está al pendiente de nosotros. El miedo ha ocasionado que en los Estados Unidos la venta de armas haya aumentado considerablemente y en el mundo entero las compras de pánico de artículos como el papel de baño se han dado de manera casi incontrolable. Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, amor y dominio propio (2 Tim. 1:7) que nos permite enfrentar las circunstancias confiados y en completa paz (Isaías 26:3).
Jesús afirmó claramente en Juan 13:13: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. En tiempos de crisis, nuestro genuino amor por los demás es la luz a un mundo oscurecido por los problemas. Este amor es concreto y tiene como ejemplo máximo el amor que Jesús nos demostró al morir por nosotros en la cruz (Juan 13:34). Quizá una muestra que puede parecer sencilla, pero es fundamental en estos momentos es mantener nuestra “sana distancia” de los demás no necesariamente para cuidarnos a nosotros mismos sino para cuidar a los demás. Nuestra perspectiva y misión debe ser el bien común y necesitamos hacer lo necesario para proteger el bienestar de los demás. También esta crisis mundial por el COVID-19 está evidenciando la enorme desigualdad social y económica de todos los países, pero que se palpa con más claridad en los países en vías de desarrollo. Tristemente son los pobres los que tendrán el mayor impacto de esta pandemia mundial y todos tenemos la responsabilidad de ayudar a los más necesitados y luchar por reconstruir un mundo en donde haya más justicia y equidad.
Los cristianos vivimos con la esperanza de un mundo mejor aún por venir. Esto no quiere decir que en el presente no nos preocupemos por tener un mundo mejor para todos, sino que hacemos lo mejor que podemos en el presente, pero también esperamos la segunda venida de Jesús en donde por fin disfrutaremos de la plenitud de la vida que Dios quiere para todos nosotros. Brian Dailey definió acertadamente la escatología o estudios del futuro de esta manera: “La esperanza de los creyentes de que el estado incompleto de su experiencia presente con Dios será resuelta, su sed presente será saciada, su necesidad presente de liberación y salvación será satisfecha”. Las tres virtudes cristianas son la fe, el amor y la esperanza. Nuestra fe en Cristo nos sostiene, nuetro amor por Dios y por los demás nos define y nuestra esperzanza nos alienta a seguir adelante en medio de las dificultades. En las circunstancias a las que nos enfrentamos estos días, lo animo a que juntos unamos al clamor del apóstol Juan al recibir la promesa de Jesús al final de las Escrituras: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20)