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Alguien tiene que morir’… del aburrimiento: crónica de tres horas perdidas en Netflix

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Si bien es cierto que la telenovela es un género que sigue teniendo un público fiel que no se desprende del formato, el problema es que el director mexicano se atreve con temas muy difíciles de representar y en el camino se enmaraña tanto que termina cayendo en el cliché del melodrama al dividir sus personajes entre los malos malísimos y los románticos mártires, mientras pierde los hilos que tejen su trama.

Yahoo.Alguien tiene que morir… del aburriiento. Así completaría el título de la última miniserie española de Netflix tras haber malgastado tres horas de mi tiempo viendo una propuesta que pretende tocar temas que ahondan en las aguas profundas del conservadurismo vivido durante el franquismo, pero sin saber nadar. Ni crol, ni a espalda, ni mariposa

Pero antes vayamos por el principio. Esta miniserie nos traslada al año 1954, a una España hundida en la política conservadora impuesta por la época y el régimen franquista, poniendo su foco central en el seno de una familia en donde se fusionan la represión sobre la mujer y la homofobia con pinceladas de venganza, celos y romances forzados. Una apuesta que, en su conjunto, termina provocando mucha grima. Y no solo a mí, no hay más que hacer un repaso en redes sociales para descubrir la opinión generalizada del público. Alguien tiene que morir es una serie que peca de avaricia dando como resultado una apuesta floja y desordenada. Y paso a explicar por qué.

Después del éxito de La casa de las flores y de ver el tráiler de Alguien tiene que morirsospechaba que lo nuevo de Manolo Caro jugaría en la liga de las telenovelas, pero no imaginaba que tanto. Si bien es cierto que la telenovela es un género que sigue teniendo un público fiel que no se desprende del formato, el problema es que el director mexicano se atreve con temas muy difíciles de representar y en el camino se enmaraña tanto que termina cayendo en el cliché del melodrama al dividir sus personajes entre los malos malísimos y los románticos mártires, mientras pierde los hilos que tejen su trama.

Reconozco que no me encuentro entre los espectadores que se enamoraron perdidamente de La casa de las flores, más bien todo lo contrario. Me pasó lo mismo con La casa de papeltopándome con un fenómeno que no comparto pero comprendiendo que hay espectadores para todos los géneros, temáticas e historias. Pero lo de Alguien tiene que morir es otro cantar. Por ejemplo, me cuesta muchísimo comprender qué vió una actriz tan consagrada como Carmen Maura en las páginas del guion para entregarse a la idea. Sobre todo cuando su papel alcanza el clímax más ridículo de toda la trama.

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