Viena, mayo 7 de 1824. Príncipes y nobles, la crema de la aristocracia y la élite cultural vienesa se congregaron en el Teatro Imperial y de la Corte Real de la ciudad para lo que sería un evento extraordinario, el estreno de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.
La expectativa no era tal sólo porque hacía tiempo que el compositor y director no producía una sinfonía, sino porque no había aparecido sobre el escenario en 12 años, publicó BBC Mundo.
Pero ahí estaba el gran maestro, en el podio, frente a una de las mayores orquestas jamás reunida para un concierto como ningún otro, que incluiría algo inédito en este género musical: la voz.
De espaldas al público, Beethoven dirigió a los músicos con una pasión desenfrenada, sacudiendo su cuerpo y agitando sus brazos al compás de la música.
Tan ensimismado estaba que al final de la pieza continuó gesticulando, hasta que una de las solistas se le acercó y le dio la vuelta para que pudiera ver los estruendosos aplausos que no podía escuchar.
Para entonces, Beethoven estaba profundamente sordo.
Hay varias versiones de este incidente, comentó a BBC News Mundo Laura Tunbridge, profesora de música de la Universidad de Oxford y autora de la reciente biografía Beethoven: A Life in 9 Pieces («Beethoven: una vida en nueve piezas»).
«Estuvo en el podio durante el estreno (de la sinfonía), pero había un director musical a su lado que mantuvo las cosas en orden, porque para ese entonces ya se sabía que hacía tiempo que Beethoven había dejado de ser un director fiable», explica.
«Al parecer el aplauso sucedió durante uno de los movimientos, porque el público quería escucharlo otra vez».
Pudo haber sido una velada caótica, no sólo por la presencia inusual de compositor sordo, sino por la duración y complejidad de la pieza y los pocos ensayos que se solían hacer en esa época.
«Es increíble que saliera tan bien, dada la falta de preparación», señala la profesora Tunbridge.
Vida compleja, música revolucionaria
En todo caso, esa escena representa en un solo momento la gloria y tragedia que marcó la compleja y contradictoria personalidad de Beethoven, cuyo nacimiento en Bonn, Alemania, hace 250 años se conmemora este 16 de diciembre.
La fecha es estimada, pues sólo se sabe con seguridad que fue bautizado el 17 de diciembre de 1770.
Un compositor de imponderable imaginación, pasión y poder, se formó durante una época de agitación política marcada por las Guerras Napoleónicas.
Y fue reconocido y adoptado como una de los músicos más famosos de Viena, una ciudad muy consciente de su legado y estatura en ese ámbito.
«De muchas maneras revolucionó el alcance de la música en términos de sonido y volumen, su ambición y la idea de que esta puede expresar ideas y sentimientos; (demostró que la música) no es sólo un espectáculo, puro entretenimiento, sino algo mucho más profundo», dice la académica.
«Beethoven fue clave en el establecimiento de esa actitud hacia la música, de elevarla a una forma de arte«.
Pero al mismo tiempo también tenía fama de irascible, egoísta, narcisista, insociable, huraño, frustrado en el amor, desarreglado, tacaño, hipocondríaco y alcohólico.
Eso forma parte del mito romántico de Beethoven, asegura Tunbridge, porque «preferimos la imagen del artista torturado por sus demonios internos y sus males físicos».
Pintarlo como un maestro que se dedicó a su arte por encima de todo, con la capacidad de crear piezas que van más allá de nuestra imaginación, lo hace parecer alguien fuera de este mundo.
Catálogo de males
Lo cierto es que el compositor sufría de muchas afecciones a la salud, por las que estuvo sometido a algunos horripilantes y hasta ridículos tratamientos médicos de la época que, en ciertos casos, exacerbaron sus malestares.
Una serie de expertos modernos llevó a cabo investigaciones forenses históricas para tratar de determinar qué enfermedades padecía, cuál era la correlación de estas con su sordera y cómo influyeron en su personalidad y creación musical.
El neurocirujano británico Henry Marsh mostró todo un catálogo de males, tal como se diagnosticarían hoy en día, en el documental del Servicio Mundial de la BBC «Diseccionando a Beethoven».
Según el doctor, el compositor sufrió una «enfermedad inflamatoria intestinal, síndrome del intestino irritable, diarrea violenta, enfermedad de Whipple, depresión crónica, envenenamiento de mercurio e hipocondriasis».
Un día después de la muerte de Beethoven, el 27 de marzo de 1827, el destacado médico Johannes Wagner realizó una autopsia al cadáver y le encontró el abdomen inflamado y el hígado curtido y de casi un cuarto del tamaño normal; indicaciones todas de cirrosis por consumo de alcohol.
El alcoholismo era un mal de familia: lo había sufrido su abuela y su padre era un reconocido borracho.
Beethoven tomaba vino con regularidad y en ocasiones sociales, aunque en aquella época era un común sustituto del agua impura, según la profesora Tunbridge.
No obstante, «sus médicos le recomendaron que redujera la cantidad, algo curioso porque el daño asociado con el alto consumo de alcohol no se conocía mucho en ese entonces», añadió la experta.
William Meredith, investigador del Centro de Estudios de Beethoven de la Universidad de San José, California, estableció una conexión entre el consumo de vino y un posible envenenamiento por plomo, basándose en una muestra de cabello del compositor que se analizó químicamente e indicó la presencia de ese metal.
Se sabe que los comerciantes de esa época metían el mosto —zumo de la uva— en barriles interiormente forrados de plomo para su fermentación. Aquello proveía a la bebida una textura almibarada y un sabor azucarado que la gente consumía con gusto, sin conocer su toxicidad por el contacto con el metal pesado.
El envenenamiento de plomo puede producir daño neurológico, aunque no hay manera de probar que Beethoven lo sufriera.