La situacion de la pandemia y el riesgo de que nos infectemos genera temor a morir o de que enferme y muera un ser querido– nos preocupa también. El cambio en hábitos y de la forma de organizar la cotidianidad nos desafía y demanda esfuerzos para adaptarnos. La incertidumbre respecto de cuánto tiempo persistirá la necesidad de mayor aislamiento y menor movilidad, y qué efectividad tendrán las medidas que cada uno adopta, genera inseguridad.
También se nos plantean dudas sobre cambios en el mediano y largo plazo: a nivel político –si es que se tomarán medidas más autoritarias– o si deberemos aceptar una mayor dependencia del bigdata, ya que compartiendo más datos personales se podrían tomar medidas a nivel central con más información.
Tenemos dudas también de los cambios a nivel económico individual y colectivo, inseguridad respecto del trabajo y cuestionamientos sobre un eventual cambio en la forma de relacionarnos con los bienes de consumo y con el deseo competitivo de tener cada vez más.
Tenemos incertidumbre –hacia el mediano y largo plazo– de cómo será el funcionamiento social general y de las relaciones interpersonales en particular. Nos vemos enfrentados, además, a un cambio drástico, repentino y probablemente poco reversible del uso de la tecnología, dado por una mayor modernización de empresas y del trabajo individual (robótica, automatización e inteligencia artificial) y por el aumento de las relaciones sociales a través de internet.
Además, estamos frente a un exceso de información, lo que facilita la duda respecto de qué es lo real y qué no, donde se puede manipular masivamente e influenciar intereses, deseos, miedos y consumos, una avalancha de información e incontables posibilidades frente a la pantalla, que facilitan un pensamiento divergente, pero que dificultan el análisis convergente y la posibilidad de hacer una síntesis de todo lo que nos inunda.
Todo esto trae preguntas dentro de cada persona, familia, comunidad educativa, red social, gobierno y en cada dualidad ser vivo/nicho ecológico respecto de qué queremos conservar de lo que estamos experimentando ahora: qué queremos conservar de la forma en que nos relacionamos, qué queremos que prevalezca o persista en las futuras generaciones. Qué queremos conservar de nuestro vivir, de nuestra forma de amar y de entregarnos al otro, y si queremos colaborar entre todos por acercarnos a la felicidad.
Todo vivenciar y toda experiencia invita a reflexionar. En especial esta pandemia, vivida colectivamente, facilita que lleguemos a un estado de reflexión, aunque no lo asegura. Es posible que nos dejemos llevar por seguir funcionando como estábamos, sin adaptarnos constructivamente: hacer todo por rendir, exprimirnos y reconvertirnos a toda velocidad a un trabajo online u otro.
Seguir con las autoexigencias, potenciando la sociedad del cansancio, siendo un eslabón más de la máquina productiva del llamado progreso y siguiendo la inercia en pro del consumismo que nos va haciendo perder el sentido. Podemos pasar por alto esta oportunidad de cambiar. Evolucionar hacia el privilegio de la robótica y de lo virtual.
Es importante plantearnos en especial en nuestras familias, qué sentido le queremos dar a nuestras vidas y a lo que estamos experimentando como individuos, familias, gobiernos, humanidad y biósfera en la relación con la naturaleza en su conjunto.
Tratemos de conectar con lo que realmente queremos y necesitamos, para mostrar con el ejemplo especialmente a los niños y niñas, lo que queremos que se conserve. El modelo que ofrezcamos a nuestros hijos en lo cotidiano es lo que ayudará a conservar lo que más nos importa, pero para ello debemos reflexionar sobre qué es lo que nos importa realmente y actuar en coherencia con ello.
Ahora que estamos más tiempo en casa, cuidemos nuestras relaciones, escuchémonos, mirémonos, aceptemos al otro en sus diferencias,pidamos a Dios sabiduria para conectar positivamente con nuestra familia.
Esforcemosno por conocernos a nosotros mismos, reconozcamos al otro como distinto, como un legítimo otro y seamos conscientes de nuestras emociones para no dejarnos controlar por ellas, encausémoslas.
Reflexionemos sobre cómo vivimos nuestras propias angustias, cómo acogemos las del otro, cómo actuamos frente a un conflicto, cómo toleramos la rabia del otro y cómo nos ayudamos a manejar nuestra irritabilidad, incertidumbres o inseguridades, cómo evitamos la violencia y nos respetamos como pareja, como padres y como hermanos.
Reflexionemos también sobre cuánto tiempo estamos frente a una pantalla y cuánto dedicamos a jugar y reír con el que tenemos al lado. ¿Cuánto pienso en mí mismo y cuánto en el otro?, ¿valoro la vida de los de mayor edad?, ¿respeto la forma de pensar de mis vecinos y compañeros de trabajo?, ¿paso pensando en lo que los demás deben cambiar o en cómo cambiar y mejorar yo mismo?, ¿cómo actúo frente al que sufre? ¿cómo hago que la empatía lleve a un cambio en mi conducta?, ¿actúo en sintonía con los tiempos de la naturaleza?, ¿qué de este nuevo modo de organización sería bueno conservar una vez superada esta crisis?
La pandemia y el coronavirus no son garantía de que nos hagamos estas preguntas. Ni siquiera la muerte de muchos es garantía de un cambio hacia recuperar la solidaridad, la vida en comunidad o lograr una conexión con nuestro espíritu. Tampoco de que nos conectemos y actuemos en forma más consecuente con el sentido, de que los países colaborarán entre sí o de que organizaremos la sociedad de una forma más equitativa. Pero sí es una invitación que esperamos que la mayor cantidad de personas asuma. De cada uno depende que opte por reflexionar. De cada uno depende que al comenzar a salir de las casas no siga todo tal como estaba. Regalémonos esta oportunidad.