ESPN.-En la actualidad, no ser elegido en el Draft no significa mucho más que el cierre de una de las tantas puertas que existen para llegar a la NBA. Los jugadores pueden alcanzar la cima del profesionalismo ya sea desde Europa, desde otras latitudes o principalmente desde la G-League, una plataforma que ha dado una gran cantidad de gratas noticias a las franquicias en los últimos tiempos. Sin embargo, hace poco más de diez años, esa condición podía definir una carrera. Ben Wallace fue contra todos los pronósticos y, a pesar de no escuchar su nombre en la ceremonia, completó una de las mejores trayectorias de todos los tiempos.
El protagonista de esta historia nació y creció en Alabama. Allí demostró tener aptitudes para casi todos los deportes líderes de los Estados Unidos, pero esencialmente para el básquet. Lo hizo en la Central High School, instituto de la ciudad de Hayneville. Curiosamente, a pesar de su innegable fortaleza física y su talento, no fue un nombre recurrente en los listados de prospectos codiciados de su camada. Lo descubrió Charles Oakley en 1991, durante un campus que él mismo organizaba. El ex Chicago Bulls recomendó al joven a Virginia Union. Previamente, pasó por una etapa conocida como «junior college», que supone una especie de post-secundario.
En la Division II de la NCAA, comenzó a edificar esa fama de protector de los tableros que tanto lo iba a beneficiar en la NBA unas temporadas más tarde. Promedió 13,4 puntos y 10 rebotes por partido en su campaña junior y fue uno de los líderes de los Phanters durante su estadía, pero ningun equipo se interesó en él y no entró en el Draft de 1996. Entonces, probó con el Viejo Continente: tuvo un try-out en Italia con el Reggio Calabria, pero decidió volver a su país. ¿La razón? Se le había abierto un espacio en la competencia estadounidense.
Washington Wizards, que por ese entonces se llamaba Bullets, le dio la oportunidad de entrar en su plantel. No obstante, las chances de mantenerse eran muy bajas. En la 1996/97, sólo apareció en 34 partidos y su promedio de minutos fue muy bajo: 5,8. Pero, poco a poco, empezó a ganarse más tiempo en cancha por su compromiso con los famosos «intangibles». A Wallace poco le importa salir a fajarse con sus rivales, defender sin tirar una vez al aro o lanzarse hacia la tribuna a buscar una pelota. Pasó tres años en esa institución y en 1999 fue traspasado a Orlando Magic.
Big Ben se consolidó como titular, pero los de Florida lo ubicaron en la lista de prescindibles. Querían competir por el campeonato y sentían que necesitaban algo más para hacerlo, así que lo utilizaron de moneda de cambio para conseguir a Grant Hill. La estrella de los Detroit Pistons había sufrido varias lesiones que hacían dudar de su capacidad para mantenerse sano, pero apostaron por él y le ofrecieron a los de Michigan a Wallace junto con Chucky Atkins. Al poco tiempo, lo que parecía una negociación ganada por el Magic terminó siendo el mejor movimiento en el mercado en la vida reciente de Detroit.
Con los Pistons, el interno explotó definitivamente: en su segundo curso, ganó el primer premio al Defensor del Año de su carrera tras registrar medias de 13 recobres y 3,5 bloqueos por encuentro, las mejores cifras del torneo. Repitió el galardón al año siguiente y, en 2004, fue una de las piezas más importantes en la sorprendente consagración de los «Bad Boys 2.0» ante Los Ángeles Lakers. En 2005 y 2006 volvió a ganar el DPOY, convirtiéndose en el segundo jugador en la historia (el otro es Dikembe Mutombo) en acumular cuatro trofeos de ese estilo.
Wallace estuvo en Detroit hasta esa campaña, cuando partió hacia los Bulls. Pasó por Cleveland Cavaliers y cerró su ciclo nuevamente en los Pistons, organización en la que colgó las zapatillas en 2012. Cuatro años más adelante, la misma decidió retirar su dorsal por todo lo que él hizo para ellos. No es simplemente un homenaje al pivote: cada vez que algún «undrafted» dude de sus chances, podrá utilizar esa bandera como recordatorio de que en el deporte casi nada es imposible.