EFE.-La pintora cubana Carmen Herrera, que alcanzó la fama solo cuando ya era una anciana, murió ayer en su domicilio de Nueva York a los 106 años, según anunció la galería Lisson que la representaba.
“Con inmensa tristeza anunciamos la muerte de Carmen (…) Murió en paz mientras dormía en su estudio-apartamento de Nueva York donde vivió y trabajó desde 1967, la mayor parte de ese tiempo con su marido Jesse Lowenthal, quien también murió en casa en 2000”, escribe la galería en su obituario.
Herrera vendió su primer cuadro a los 90 años y, pese a haber pasado desapercibida durante décadas, sus obras cuelgan en el MoMA de Nueva York, el Hirshhorn Museum de Washington o en la londinense Tate Galerie.
Formada en su Habana natal como arquitecta en los años 1938 y 39, completó su educación artística en París, Roma y Berlín, ciudades donde vivió la eclosión de las vanguardias, en particular en la capital francesa, donde residió entre 1948 y 1954.
Ese año se mudó a Nueva York, donde trabó amistad con artistas como Mark Rothko o Barbara Hepworth, mientras desarrollaba su estilo minimalista de abstracción geométrica, caracterizado por una paleta muy precisa de solo dos o tres colores en cada composición.
“No hay nada que ame más que una línea recta, ¿cómo explicarlo? Es verdaderamente el principio de toda estructura (…) Alguien me dijo un día que yo pintaré un punto y ya habré acabado”, bromeó en una ocasión.
Según su galería, a Herrera la salvó y la condenó al mismo tiempo su rechazo a abrazar cualquier movimiento, incluso el que naturalmente le era más cercano, el minimalismo de los años setenta del pasado siglo, “dominado por varones”, pues ese rechazo “la dejó libre para experimentar a su manera”.
El New York Times recuerda hoy que Herrera “pintó en la oscuridad durante décadas”, en las que vivió de los ingresos de su esposo, un profesor de inglés, y resalta que su salto a la verdadera fama no se produjo hasta 2004.








