València (EFE).- Las nuevas tecnologías digitales y las redes sociales, diseñadas para parecer inocuas y facilitarnos la vida, están determinando el modo que nos comportamos casi sin darnos cuenta y los «nativos digitales» corren más peligro porque las han interiorizado sin apenas cuestionarlas.
Estas son algunas reflexiones que el lingüista y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Alcántara plantea en su último ensayo, «Desconexión. El gran reemplazo digital», publicado por la editorial valenciana Barlin Libros, en el que desentraña cómo la tecnología digital nos afecta en el sentido psicológico, reemplaza la comunicación humana y da lugar a frustraciones.
Controladas por algoritmos
Cuando usamos Twitter, Facebook, Instagram o Whatsapp «no somos conscientes de que hay algoritmos funcionando que afectan al modo en el que te estás comunicando y eso es lo peligroso, porque cedemos nuestra voluntad de una forma inconsciente», advierte en una entrevista con EFE.
Alcántara señala que uno de los colectivos más expuestos a las redes sociales son los llamados «nativos digitales», que han interiorizado el uso de estos medios digitales para informarse sin cuestionarlos.
«Las generaciones de más edad tenemos más recursos, sabemos que esto antes no era así y nos informábamos de otra manera», pero los jóvenes «piensan que dominan las herramientas digitales cuando son ellas las que les manejan», afirma.
Efecto tragaperras
El lingüista, miembro del grupo europeo de investigadores que analiza los usos perniciosos y de odio del lenguaje en las nuevas tecnologías, habla también del llamado «efecto tragaperras», referido a que genera más adicción conseguir en ocasiones lo que queremos que obtener siempre el premio.
«Las aplicaciones de las redes sociales funcionan de la misma manera: cuando accedemos a ellas a veces tenemos ‘likes’ o nos avisan de notificaciones y otras no, y eso está hecho a propósito porque nos obliga a ir al teléfono de forma impulsiva», advierte.
Estas recompensas intermitentes, además, hacen que generemos más dopamina y nos causa una sensación de «enganche químico».









