Infobae- A los 46 años Steven Spielberg era una especie de rey Midas del planeta Hollywood. Sus películas batían récords de recaudación, enriquecían a los productores y lo convertían a él en el director que más dinero había ganado en la historia del cine.
El creador de E.T. se podría haber quedado -como se dice ahora- en su zona de confort y seguir filmando historias entretenidas, espectaculares y taquilleras, pero decidió meterse con una de las mayores tragedias de la historia: el Holocausto. Ese momento de la humanidad donde, parafraseando a María Elena Walsh, el hombre más que avanzar retrocedió en cuatro patas.
Hollywood siempre había tratado el Holocausto de un modo lateral, pero para Spielberg era una historia que lo atravesaba. Como él mismo narró en The Fabelmans, su familia pertenece a la comunidad judía. Steve creció escuchando las historias de los 17 familiares asesinados por el nazismo.
En su casa no se decía “Holocausto” sino “asesinatos”, además, desde chico, experimentó lo que significaba la muerte y la discriminación por sus orígenes. “En la escuela secundaria me pesaba el hecho se de ser el único judío en mi clase. Era como un ser de otro planeta, como un E.T.”, contaría el cineasta.