Desde temprana edad, atesoré la Instrucción Filosófica Elemental del sacerdote Jaime Balmes, que encontré en el estudio de mi padre. Balmes observa varias reglas para el estudio de la historia, indicando que ‘es muy importante leer la vida del historiador antes de leer la historia’ y se atreve a afirmar que esta regla es ‘una de las reglas que suele estar muy descuidada pero que debería ocupar un lugar importantísimo’.
Para Balmes, «sin saber por qué medios, qué habló el historiador, qué hizo y en qué circunstancias vivió, es imposible saber qué conocimientos adquirió y cómo debemos considerar su veracidad».
Habría que fijarse en el lugar donde escribió el historiador, en la forma política de su patria, en el espíritu de la época, en la naturaleza de ciertos acontecimientos y en la posición particular del escritor. Según Balmes, es «la clave para explicar sus declaraciones sobre lo que narraba, su silencio o reticencia ante ciertos hechos», y por qué podía ser tan generoso en su afición por una figura histórica cuya integridad y moralidad eran cuestionables.
Porque, en opinión de Jean Chesnault, el pasado es un producto de la memoria colectiva, un tejido básico, y cuando los historiadores y los aspirantes a periodistas dan cuenta de él, deben hacerlo dejando a un lado la pasión y la defensa a ultranza de lo indefendible, e intentando una reconstrucción fidedigna del pasado Deben hacerlo intentando una reconstrucción fidedigna del pasado.