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Posverdad: los nuevos amos de la mentira

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La verdad siempre ha tenido enemigos. Algunos silenciosos, otros abiertos, otros ocultos, otros simplemente despiadados. Jihazares entrenados o elegidos en las oscuras artes de la mentira. Hoy, con p.

La verdad siempre ha tenido enemigos. Algunos silenciosos, otros abiertos, otros ocultos, otros simplemente despiadados. Jihazares entrenados o elegidos en las oscuras artes de la mentira.

Hoy, con pocas razones para creer lo contrario, un nuevo gendarme del acoso a la verdad ha reaparecido y se abre paso en la escena mundial. El pasado tiene tortura, el presente tiene una historia de sofisticación.

La verdad, aunque no siempre tiene gracia, es inflexible y rigurosa ante la estupidez y la sinrazón. Por eso, en determinadas circunstancias, la mentira resulta atractiva para el ego. Ello se debe a que el mentiroso, consciente de sus propios esfuerzos, pero distorsionado y falseado a voluntad, nunca puede liberarse por completo del somnoliento prejuicio que le impone el autoengaño. De hecho, es la antorcha del yo la que primero desaparece en la mentira derrotada. Los ásperos contornos de la verdad tradicional y no tradicional parecen haber sido perforados y agrietados por la miríada de turbas que anidan en la matriz facilitada por la comunicación tecnológica.

El abismo entre los que valoran la verdad y los que no la respetan es cada vez más estrecho en el creciente páramo que es la red planetaria. Lo mismo ocurría en el pasado. Pero la expansión y la velocidad modernas han dado a la mentira un radio inconmensurablemente mayor, más eficaz e inclusivo. Frente a la irreflexión y el fanatismo, triunfan los placeres banales y somos indiferentes a lo incierto.

Caminamos entre la verdad y la mentira, la exactitud y el engaño, sin apenas distinguir. Es trágico que mantengamos las mentiras de las masas como un logro de perseverancia, traicionando una conciencia irreverente de la perversión humana.

Ejercicio deliberado

Pero el tema no se desliza por la curva de la ignorancia. Al contrario, trata de falsificar y negar la verdad con impunidad y apertura de miras, mientras se retuerce deliberadamente.

Parafraseando el famoso cuento de Borges (Tlön, Uqbar, Orbius Tertius), «los metafísicos no buscan la verdad, ni siquiera la veracidad, sino la sorpresa». Los descendientes de la posverdad no dudan en perseguir ante todo las emociones.

La verdad proporciona sentido y dirección, estabilidad y certidumbre, y una evaluación de lo que es fiable sustenta su aproximación a la realidad. La verdad es el punto de encuentro de la convergencia de la conciencia y la promesa de realización, porque proporciona la verificación de los hechos que han sucedido y se esperan.

Y aunque coexisten por la necesidad de los derechos invocados, información y verdad sólo se distancian en el tamiz de la verificación y la validación.

Hoy, la crisis de la verdad corre el tupido velo de una crisis de la ética social. Puesto que nadie se equivoca intencionadamente, cometer un error se convierte en un acto involuntario.

El problema no es la mentira en sí, sino que el problema se tuerce cuando quienes deciden socavar la veracidad juran no cambiar nunca de opinión. Agnoia es un término acuñado en la cultura griega para describir la ignorancia. Se diferencia de amatia, que es no querer saber, ser ignorante y elegir no entender. En otras palabras, Pigliucci señala que la falta de inteligencia aquí «resulta de la presunción de un resultado al que la razón no tiene derecho».

Espacios de mentira

Para Luhmann, el sociólogo clásico alemán, no todo comportamiento intelectual es necesariamente racional. Sin embargo, mentir es un acto que empobrece la mente ética humana, salvo por motivos legítimos.

Un caso distinto es cuando una persona culta utiliza su prestigio para mentir. Los gritos de opinión incoherentes, sin un techo racional sobre sus cabezas, no sólo estorban, sino que enmascaran la verdad, disminuyen su certeza de perspectiva y extinguen la objetividad.

El acto de expresar una opinión entraña un derecho sagrado inalienable, y si bien la ignorancia está permitida, la estupidez no entra en el ámbito de los derechos adquiridos. Como señala Robert Musil, apreciamos sin consuelo el flujo de «estupidez intelectual» que estropea los atributos internos de los hechos verdaderos.

En otras palabras, la mentira no es exactamente lo contrario de la verdad. La mentira contiene contradicciones infundadas respecto a lo que se revela como verdad mediante la crítica directa.

Cuando se conoce la verdad pero se oculta u omite en favor de la distorsión o el sinsentido, surge un vicio del que el sujeto es consciente pero que trata de ocultar en perjuicio de todos. La mentira se convierte entonces en un obstáculo moral y ético inadmisible, sean cuales sean sus dimensiones. En consecuencia, se socava la integridad de lo que debe mantenerse como correcto por asociación.

En la posverdad, la certeza muere sin concesiones y la mentira desdeña las nociones de orden.

El espacio privilegiado para la construcción del sentido es el lenguaje, primer núcleo vivo que corrompe la mentira. El lenguaje, nuestro vástago primitivo en la búsqueda de la supervivencia, se ha convertido en estrategia social y hoy en dispositivo de tergiversación y servidumbre al poder.

Enemigos de la humanidad

En el pasado, el principal enemigo de la humanidad era la ignorancia. En la actualidad, es sin duda la fábrica de la falsedad, que se expande y difunde sin límites ni control en las corrientes comunicativas del mundo virtual.

Además de la ciencia, la posverdad ha dejado dos delicadas víctimas en su extenso y tendencioso camino: la democracia y el periodismo.

Son la democracia y el periodismo. La primera, que sufre el acecho constante de sus enemigos naturales (el autoritarismo y el totalitarismo), se enfrenta ahora a otro portador de hostilidades, los herederos y servidores de una dignidad engañosa y viciada.

Los representantes de las masas, con su jerga y sus exóticas denominaciones, explotan las características de la democracia y abusan de sus valores con mala conducta, incivilidad y falsedad.

El periodismo se ve en clara desventaja, invadido con sus propias armas, reutilizado para fines éticamente distintos y cayendo a veces por la pendiente más notoria del descrédito.

La posverdad no es producto de una burda coincidencia epistemológica. Tampoco es una teorización peregrina que contamina el juicio con desinformación. Más que un fetiche de palabras errantes, evoca un híbrido enmarañado de pensamiento acrítico y pasión mediática. Un intento condicionado de suprimir el corazón palpitante de lo que pretende ser fiable. Su fuerza estalla cuando lanza acusaciones descaradas y venenosas y establece un locus existencial ficticio que merodea en torno a preocupaciones reales.

Se propone construir una verdad reconciliada sobre una base fabricada, según sus propios intereses y necesidades ambiguas, y luego, al final, cree y convence a los demás de que crean su relato incestuoso, por cualquier medio necesario.

Populismo dividido.

El vástago político nacido de la posverdad es nada menos que un populismo diversificado y equivocado. El desorden causado por las mentiras deliberadas en la arena pública no es sólo de naturaleza ideológica y partidista, sino también ética y política, por insensato que nos parezca. Es una perniciosa disminución de la libertad de expresar las propias opiniones.

Conviene recordar que, como Hannah Arendt, el riesgo del totalitarismo no reside en la amenaza del sujeto con el cerebro lavado y fanático, «el objeto ideal para un gobierno totalitario», sino en aquellos a quienes «les resulta difícil distinguir entre realidad y ficción, lo verdadero y lo falso ya no existen». Para nuestra fortuna y verdad, los que se llaman Felipe Cipriano permanecerán siempre entre muchos otros.

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