Su espíritu de lucha era evidente desde su adolescencia. Parecía dispuesta a superar la adversidad a cualquier precio, adversidad impuesta por el nacimiento o por el funcionamiento y los beneficios de la injusticia social.
Era la mejor de su clase en una pequeña escuela de barrio.
Fue el único lugar donde sus padres, conocedores de su gran potencial, pudieron matricularla.
Fue un gran sacrificio para sus padres, pero la recompensa fue buena.
Cuando terminó el bachillerato, tenía una relación sentimental con un compañero de clase tan prometedor como ella, para alegría de sus padres, que temían el riesgo de alienación. Tenía un talento natural para la herrería y su fama crecía sin cesar.
Pronto se casaron y, cuando ella tuvo la oportunidad perfecta en una pequeña isla del Caribe, se quedó embarazada. Cuando se enteró de la noticia, se quedó paralizada. Cuando se enteró de que el hombre al que amaba había perdido la vida en un accidente de coche, las probabilidades de aborto eran altas.
Ni siquiera esa tragedia doblegó su espíritu inquebrantable. Siguió adelante. El niño concebido en su vientre se convirtió en el motor de sus esfuerzos. Sus padres se convirtieron en un apoyo indispensable en la nueva batalla que estaba decidida a librar.
Cuando su hija estaba a punto de cumplir 10 años, encontró pareja. No era tan buena como su primera pareja, pero al menos seguía con el duro trabajo que llenaba sus días. Se mudaron a un pequeño piso en la planta baja de la pequeña casa de sus padres. Un segundo hijo aumentaría su necesidad de hacerlo.
Ella no habría querido un giro tan repentino de los acontecimientos, pero los sucesos inexplicables de la vida tienden a interrumpirlos cuando menos se lo esperan. Tuvo que aceptar un trabajo al que su madre sólo podía acudir los días que podía estar con sus hijas.
Cuando volvió del trabajo, fue a recoger a sus hijas a casa de sus padres, como hacía siempre. Nada más llegar, pudo percibir el olor a humo en la parte superior de la casa; cuando subió, las llamas le impidieron entrar.
La solidaridad de los vecinos fue más útil que la tardía llegada de los bomberos.
Entre los escombros no quedaba nada que salvar, salvo el valor de una mujer que juró resurgir de las cenizas.