Este eslogan se oía por todas partes. Los profetas del cambio en los medios de comunicación repetían este mantra con alucinaciones y euforia. Creaban mensajes que se reproducían en los medios de comunicación. Sus exhortaciones competían con la publicidad comercial. Las propuestas ocuparon espacio. La jerigonza ocupó el centro del escenario y analizó activamente los temas. No tenía más argumentos que los del guión y estaba decidida a destruir a los adversarios que necesitaba atacar. La Mano Derecha restringió sus exigencias a grupos que, invocando a Goebbels, serían siniestros, pero que podían ganar prestigio acometiéndolas. Era una tarea consagrada con un protagonista sorprendente para ayudar a llevarla a cabo.
No hubo fiesta, velatorio, cumpleaños, inauguración o ceremonia de graduación sin que aflorara la urgencia de la nueva ley penal. Calles y plazas se llenaron de carteles con las tres causales del aborto. Todo esto ocurrió antes del 16 de agosto de 2020. Tras la victoria, la acampada por las tres causales actuó como pivote del cambio; hoy sigue siendo un episodio, desmantelado por decretos y concesiones.
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Aquel día fue un espejismo y el progresismo angustiado quedó cautivo del discurso conservador, un guiño maravilloso para incautos y oportunistas. No se dieron cuenta o fingieron no darse cuenta: no puede decirse que la ley sea expresión de la voluntad general, ni de la voluntad popular. La ley no es más que la expresión de la voluntad de la mayoría gobernante. Eso es lo mismo que decir que es expresión de la voluntad de un número muy reducido de personas con nombres y apellidos, que se reúnen con el pueblo cada cuatro años. Una voluntad caprichosa y antojadiza es la que favorece a su mayoría, sobre todo cuando esa mayoría es el resultado de la obligada suma de peras y manzanas -Tomás Ramón Fernández el derecho y el rebes.
A ninguno de los portavoces de la reforma se le ocurrió ir más allá de los tres motivos para contemplar un nuevo estatuto plagado de imperfecciones y excesos. Para sorpresa de los entendidos, el coro repitió una y otra vez que el Código Penal era antiguo, de la época napoleónica, como si nunca hubiera sido modificado ni enriquecido con leyes especiales. Pasó el tiempo y el proyecto se estancó. El incierto destino del Código Penal no preocupó a nadie, la plaza no se invadió y las quejas desaparecieron. Lo peor de todo es que afectó a la aplicación del Código Penal, que no fue derogado y se consideró que ya no estaba en vigor. Se desacredita el derecho penal, se confunden normas y derechos y se fomenta la percepción de limbo jurídico. Quizá por eso el derecho a expresar ideas y opiniones se convierte en un derecho al insulto, por eso se arruina el prestigio de las personas en el remiendo de las redes sociales y por eso los afectados no reaccionan. Tal vez crean que gracias a las insuficiencias de la legislación, la difamación y la calumnia están permitidas y que la ley sobre delitos de alta tecnología está en receso. No hay que olvidar que existe un derecho penal de la difamación y que las campañas electorales han demostrado su permanencia.