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El PLD ante el abismo

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La crisis del PLD es como una tragedia griega. Incluso antes de comenzar la representación, el público sabía que ninguno de los personajes saldría vivo del escenario y que, con un poco de suerte,.

La crisis del PLD es como una tragedia griega. Incluso antes de comenzar la representación, el público sabía que ninguno de los personajes saldría vivo del escenario y que, con un poco de suerte, la muerte llegaría de forma repentina, violenta pero inevitable. Resulta irónico y contradictorio que esta producción, que reúne todos los elementos que componen la tragedia clásica, contenga los pilares básicos de la filosofía de Nietzsche: la muerte de Dios, el eterno retorno de lo mismo, lo sobrehumano y la voluntad de poder.

La Historia se complace en repetirse, no sólo una vez, sino muchas. Por ejemplo, muchos historiadores han sostenido que, en los últimos días de Hitler, su concentración de poder había llegado al límite y que sus colaboradores más cercanos, en lugar de aceptar que el Tercer Reich agonizaba y no duraría mil años, apenas pudieron hacerse con alguna orden de última hora para obtener lo que quedaba de poder cuando el sol se ponía Están de acuerdo en que han redoblado su lucha fraternal para conseguirlo.

En el PLD ocurre más o menos lo mismo: la selección de candidatos para las elecciones de 2024 se hizo más para garantizar la permanencia del liderazgo político de la cúpula y la inmunidad del grupo que para recuperar el poder perdido. Esto se debe a que Superman no está sujeto a límites morales y éticos; sólo su voluntad de poder lo impulsa y legitima. Ahora, en el suelo del templo de la moral donde se idolatra al Bosco, el principio del Bosco, deidad principal del panteón púrpura, yace sobreutilizado y desgastado como sustantivo (y adjetivo) que puede convertir lo ilegal en legal y lo inmoral en necesario. Mientras, se reafirma el carácter cíclico de la historia, los viejos dioses son sustituidos por amos, líderes y guías, abriendo la puerta a un mundo paralelo donde el centralismo democrático, que garantiza el éxito electoral y el dominio hegemónico de los partidos, es sustituido por un culto caudillista con tintes mesiánicos.

La apuesta final del Danilismo fue Abel, y sacrificó todo para lograr ese objetivo. No es diferente de lo acordado en Juan Dolio, o en el proceso interno que culminó con Gonzalo y propició la salida de Leonel del partido. Sin embargo, esta (otra vez) apuesta, si bien cumplía con el objetivo de no cuestionar el liderazgo, era menos que eso, pues no había garantía de la supervivencia del partido en las elecciones presidenciales: conformarse con el tercer lugar en mayo podría ser el principio del fin para el PLD, por lo que ganar en febrero y luego desaparecer en la derrota Para evitarlo, lo que está en juego es el doble o nada: el PRSC y el PRD son ejemplos muy recientes que nos recuerdan lo que la división y la derrota pueden hacer a un partido político importante.

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