Mis bisabuelos libaneses (los abuelos paternos de mi madre) llegaron a la República Dominicana en 1903. En aquella época, el Imperio Otomano (turco) controlaba vastos territorios de Oriente Próximo, incluidos los actuales Líbano, Palestina e Israel.
La pobreza y la persecución religiosa provocaron la emigración, sobre todo de cristianos, a América. Llegaron a la República Dominicana y se asentaron en varios lugares.
Según la genealogía de mi madre, mi bisabuelo se llamaba Wadis Jacob Heikal Sajado, pero cuando llegó a la República Dominicana no hablaba español, por lo que las autoridades registraron su nombre como David Jacobo, que se mantuvo. Jacobo es, por tanto, mi segundo apellido.
Leer más sobre las vicisitudes de Argentina
David era un joven de 22 años; con él vinieron su mujer, Naiba Khouri, de 18, y otros familiares. Se instalaron en Santiago y tuvieron ocho hijos entre 1903 y 1914. A los niños no les enseñaron árabe y les pusieron nombres españoles. La comida libanesa aparecía en su cocina.
Recuerda la casa de sus bisabuelos en la calle 16 de Agosto, entre Cuba y Sánchez. Había parras en el patio y con las hojas hacían un relleno delicioso. También recuerdo comer yogur y queso, que hacía mi bisabuela, junto con galletas turcas que se vendían en las panaderías del centro de Santiago.
Muchas familias libanesas de Santiago mantuvieron su espíritu libanés. Hace unos años, la alcaldía dedicó un parque a la comunidad libanesa de Santiago, donde había una lista de apellidos.
Mi bisabuelo murió cuando yo era niño. Era alto y tenía un gran bigote blanco. Mi bisabuela murió más tarde, cuando yo era muy joven. Recuerdo su acento árabe, la pulsera de oro que llevaba en el brazo, el rosario en la mano y las visitas de sus amigos libaneses los domingos por la tarde.
Entonces lamentaba no haber tenido la curiosidad social que adquirí más tarde. Quería preguntarles por su vida en el Líbano, cómo decidieron emigrar, si eligieron emigrar o si fue una coincidencia, su primera vida en la República Dominicana, si echaban de menos el Líbano, etc.
Ahora que israelíes y palestinos vuelven a enzarzarse en un sangriento conflicto, me entristezco y pienso en el camino que siguieron mis bisabuelos para huir de la tierra sin retorno. Pienso en la larga historia de conflictos en esta región, que fue una serie de culturas antiguas y de dominación imperial. Vidas que han sido cortadas, rehechas o rehechas. El fracaso de las religiones y sus líderes a la hora de defender el principio básico de «ama a tu prójimo como a ti mismo».
La incapacidad de judíos, cristianos y musulmanes para armonizar una convivencia dividida desde hace siglos, que valora el ojo por ojo y diente por diente. Los que proclaman alabar a Dios pero nunca dejan de juzgar y matar en su nombre. Y cuanto más fundamentalistas son, peor es la situación.