Madrid, EFE – Cada año, todo parece cambiar. Casi sin falta, un nuevo orden está a punto de surgir en el circuito. La nueva generación viene pisando fuerte, dejando de lado a la anterior, que también prometía. La generación anterior se disuelve y pasa el tiempo sin pena ni gloria, sin capacidad para dar la vuelta al Tour cada temporada. Al fin y al cabo, siempre ha sido igual. Es lo mismo de siempre.
Ahora que la situación se ha normalizado, sin poder de veto sobre Covid y con la temporada avanzando al mismo ritmo que antes, el serbio, que es el que más victorias tiene en 24 Grandes Vueltas, sigue haciendo su trabajo. No es como para cuestionar la autoridad del balcánico, pero a pesar de la belleza del joven que se abre paso, es difícil e inalcanzable.
La marcha de Roger Federer y el tímido empuje de Nadal han dado libertad a Djokovic para ganar el domingo su séptimo torneo de Maestros. Más que nadie; más que la leyenda de Basilea, que había equilibrado el número de finales en las Finales ATP.
La carrera por el título del torneo de Turín puso de manifiesto la brecha de poder entre las dos generaciones: mientras que el tenista de Belgrado, de 36 años, representó una de las mejores épocas de la historia del tenis y es una fuerza dominante sin parangón con el suizo y el español, el jugador del otro lado está liderada por el italiano Janik Sinar, junto a Carlos Alcaraz.
El suizo y el español, y ocasionalmente el danés Holger Rune, han relegado a la prometedora raqueta, lo que no basta para desbaratar el dominio de estos tres jugadores.
Daniil Medvédev, Alexander Zverev, el olvidado austriaco Dominic Thiem y el griego Stefanos Tsitsipas fueron los abanderados de un talentoso grupo de jugadores que prometían una nueva era en la pista, pero salvo contadas excepciones, el excelente, experimentado y maduro trío del absolutismo no pudo ser desafiado.
