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¡Sólo la llama del tierno amor nos salvará!

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Lluvias estruendosas, lluvias extrañas, diáspora del cielo del éxodo. Muchas cascadas grotescas o extrañas caen como puñales, cauces desbordados, mares y ríos agitados. Quise encontrar antóni.

Lluvias estruendosas, lluvias extrañas, diáspora del cielo del éxodo. Muchas cascadas grotescas o extrañas caen como puñales, cauces desbordados, mares y ríos agitados.

Quise encontrar antónimos, negaciones de negaciones, estratagemas verbales. Quería llamar a Ramón del Valle «in-clan» y resaltar los rasgos grotescos de la realidad.

Quería levantar los puños, despertar en una canoa sideral, inventar un monstruo bueno y crear un campo de batalla en ruinas donde una constelación de hormigas pintara estrellas y cantatas sobre el ojo amarillo del sol.

Yo quería ser el obelisco jadeante de los hombres requisando la soledad caída del atardecer.

Mientras el agua caía como un grito con su piel resbaladiza y minúscula melopea en las llamas púrpuras de los polluelos del alba.

¿Hacia dónde huirán el antílope, el arlequín y la petunia cuando los ejércitos del diluvio huyan despavoridos sobre la cúpula del norte? La lluvia cae sobre el abismo y las pobres moradas del olvido. ¿De qué mar y de qué lluvia surgió el laberinto de dioses que acosan el alba y las sonrisas de los niños?

Caen lluvias ardientes, y el amor es huraño en atardeceres y accidentales amaneceres rotos. Cuando la muerte se regocija, los pájaros no duermen. ¿Dónde van los pájaros cuando ruge el terror helado y la lluvia se convierte en cacería notoria de nervios y pospone el hechizo de la vida?

Así me han asediado obstinadas tormentas en distancias remotas y geográficamente insalvables. Las coincidencias no tienen traducción, cambian y fascinan los ecos lejanos.

La incapacidad del tiempo para inscribir la fecha del diluvio. Es un viaje palpable. Llueve agua como si el cielo se vaciara sobre una rebanada pecadora del mundo, despertando de nuevo la luz sobrecogedora del misterio, la contingencia envolvente, la frontera de la humanidad que escapa tímidamente de su letargo.

¿Quién puede decir que la última tormenta que inundó las calles de Santo Domingo y el sur del país no recreó el diluvio bíblico a una distancia de ensueño?

¿Quién puede decir que no fue la misma voz de aquella humanidad, ahogada por la profecía y el implacable decreto de la oscura venganza de los cielos?

El problema va más allá de las naciones, que viven los mismos días que en tiempos de Noé, dando vueltas y vueltas en círculos.

Los pobres del mundo no tienen arca de refugio, sólo esperan diariamente que se cumpla el pronunciamiento divino en un punto distante y simultáneamente fosforescente del espacio.

La vida continúa con obstinación e irreverencia. Todo es veloz, implacable y luminoso. Es el agua violenta la que cae. Sólo la suave llama del amor nos sostiene en el abismo.

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