Bajo todas las etiquetas instaladas, Occidente vive en una guerra de guerrillas ideológica; un escenario en el que viejas ideologías son recicladas y revestidas por otro repertorio semántico, pero sin dejar de cumplir su objetivo principal; es decir, intentar explicar el mundo. Según esta lógica, las ideologías del pasado –anticuadas o anticuadas– regresan y se hacen presentes; y hoy Estados Unidos se debate entre el populismo y la moderación; descentralización y centralización; democracia y caudilloismo; Voluntad popular y mesianismo. El sistema de partidos de la región se ha derrumbado: desde Argentina hasta Canadá, todo es incierto.
Las ideologías tradicionales ya no sirven para explicar la realidad ni los desafíos de la productividad y la tecnología; Las preocupaciones de la gente surgen del consumismo; menos aún para encontrar respuestas a las incertidumbres existenciales del presente. Lo único sorprendente –tal vez– es que la ola de cuestionamiento generalizado sobre lo que están sufriendo los sistemas de partidos políticos en la región aún no haya llegado a nuestro país. ¿Eso significa que no sucederá?
Las elecciones municipales transcurrieron bien, en la media de su tipo, pero enviaron una señal de alerta; una llamada de atención sobre la fatiga democrática que no se puede ignorar. También se preguntaron – antes y después – sobre el número de actores involucrados (34), sus razones de existencia, sus objetivos reales (representación) y sus costos económicos. Dado que en el año electoral 2024 los partidos tendrán el 0.5% del presupuesto nacional (equivalente a RD$5,111 millones), muchas voces se preguntan si nuestra democracia nos obligará a pagar demasiado o no.
A diferencia del Acuerdo de Santiago (1970), la combinación ideológica de partidos de oposición coexistió en diferentes puntos del espectro ideológico global; o el Acuerdo de Santo Domingo (1994), en el que Peña Gómez intentó repetir la hazaña de unir a los mansos con los morenos; El intento de reconciliación y llamado a la consulta del líder del PRD sirvió de guía para todos los grandes líderes que lo siguieron: en cada elección hay que aunar voluntades y votos, mediante la articulación del mayor número de voluntades y votos. Posibles fiestas. Sin las ideologías que los distinguen –30 años después– la mayoría de los partidos minoritarios, más que contrapesos ideológicos al poder actual, parecen gente esquiando detrás de un pez gordo; o, en otras palabras, actúan como mecanismo de contabilidad de los votos adquiridos, acordados o emitidos; o como una zona de amortiguamiento que separa áreas de fricción entre los partidos principales; Evitar radicalizar el bipartidismo; garantizar que nadie gane la primera ronda sin ellos; y mantener la función de distensión política y movilidad social.
Es desagradable decirlo, pero comparado con los miles de millones de dólares que el estado desperdicia cada año; que sus organizaciones son ineficientes, derrochadoras o desperdiciadas en asuntos sin importancia; No nos cuesta mucho cuánto nos cuesta financiar estos partidos y la importancia de su papel en el mantenimiento de la gobernanza; O más simplemente: ningún precio es demasiado alto para pagar por la democracia.