El subtítulo completo de este libro es Ensayos personales y biográficos y lo primero que hay que darse cuenta es que se trata de una recopilación muy coherente, que sigue de cerca las afirmaciones de este subtítulo con honestidad. Lo que no se dice en ninguna parte es quién es el autor de esta elección. En cualquier caso, todos los textos fueron traducidos por Amelia Pérez de Villar.
Para empezar, en el primer ensayo, Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 – Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894) comienza diciendo que nuestros anhelos infantiles no están del todo justificados, luego señala que Resulta que, por regla general, en El mundo de un niño, un mundo donde los sentimientos son aburridos, el juego lo es todo. Luego, utilizando principalmente referencias literarias, Stevenson comienza a hablar sobre el matrimonio. Para el sentimiento humilde de nuestro tiempo, mucho más indulgente que el de un joven escocés de veintisiete años del siglo XIX, en cincuenta páginas de Virginibus Puerisque – así se titula su texto -, eso no se refiere en absoluto al deseo.
o relaciones sexuales. A menos que comprendamos – con mucho esfuerzo – que Stevenson siempre hablaba de este tema sin mencionarlo. Aunque aconseja a los lectores que se casen, considera que el matrimonio, aunque cómodo, no es heroico: ciertamente estrecha y sofoca el carácter de los hombres generosos.
Cuando los hombres se casan, se vuelven vagos, egoístas y sufren una grave degradación moral… En cambio, para las mujeres, el peligro es menor. El matrimonio es muy útil para la mujer: aumenta sus posibilidades de vida y la coloca en el camino de la libertad y la utilidad, de modo que, sea bueno o malo el matrimonio, siempre podrá sacar provecho de él.
Tras la extraña ley que aparecieron los hijos de los puritanos, declaró: si la gente se casa sólo cuando ama, la mayoría morirá soltera. Lo que sigue es una serie de leyes y definiciones no exentas de humor: pensemos en el matrimonio como una simple amistad confirmada por la policía. O éste, en el que el harakiri prometía: si pudiera evitarlo, no me casaría con una mujer que escribe.
El acto de escribir ejerce una enorme presión sobre la inteligencia y al cabo de una o dos horas de trabajo el escritor ya no tendrá nada humano: se convertirá en un tirano brutal y sus palabras serán puñal para otro, termina diciendo: aludiendo a Hamlet (no usaré una daga, aunque para ella mi palabra es una daga). En lugar de escritores delirantes, un capitán sería el hombre ideal (…), porque la ausencia tiene un efecto beneficioso en una relación romántica: la mantienen radiante y refinada. Y con esa elección viene la portada: Finalmente (y quizás ésta sea la regla de oro) ninguna mujer debería casarse con un abstemio o con un hombre que no fuma.
En cualquier caso, quizá no haya acto más absurdo en la vida humana, realizado con mayor falta de compostura, que el acto del matrimonio. Por su significado como cambio de vida más que porque uno de los participantes esté enamorado. Stevenson cree que el amor es lo único ilógico, lo único que estamos dispuestos a considerar sobrenatural en nuestro mundo tan vulgar y dependiente de la razón.
Pero el amor no es para todos e incluso especula que personas como Walter Scott o Henry Fielding nunca amaron.