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Mercedes Toribio, prisionera entre las escaleras y la pobreza

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Escudriñando el frente de su casa, Toribio, de 86 años, nos cuenta sus altibajos, sus deseos, esperanzas, sueños y pesadillas.

Inclinada, caminando lenta y vacilante, con los ojos tristes siempre mirando al suelo, por la condición que llevaba por muchos años, y con sus palabras y voz débil, parecía Bastante arrepentida, Mercedes Toribio, pidió ayuda a cualquier gobierno u organización de la sociedad civil que quisiera hacerle la vida más llevadera en sus últimos años de vida. Escudriñando el frente de su casa, Toribio, de 86 años, nos cuenta sus altibajos, sus deseos, esperanzas, sueños y pesadillas. Sólo vive para sufrir porque la pobreza es un estilo de vida del que no es fácil escapar, cuando eres una persona no preparada y encima vives en una comunidad olvidada donde no recibes ayuda alguna del estado.

. Su pareja y padre de sus hijos falleció hace tiempo. Entre sus hijos, incluso más pobres que ella, había uno que vendía plátanos en la calle y la ayudaba en todo pero lamentablemente ella no podía hacer mucho.

Conservó algunas recetas porque fue al médico hace meses y no pudo surtirlas. Le puede interesar: Vivir y morir en las calles, la tragedia de decenas de personas sin hogar en el Gran SD Quiero que una organización gubernamental o cualquier persona me ayude con cualquier cosa. Mi vida no ha sido fácil, especialmente desde que mi esposo falleció hace muchos años.

Aquí sólo hay sufrimiento, esperanza y fe. “Mis hijos son tan pobres como yo y casi nunca pueden ayudarme”, dijo Toribio. Para ingresar a su modesta residencia ubicada en medio, en lo alto del callejón vertical (escaleras) Armando, en la calle Héctor J.

Díaz, en la zona de La Zurza, la capital pobre a orillas del río Isabela, hay que subir unas 54 escaleras incómodas, mojadas, malolientes y muy inclinadas. En el interior, un montón de basura inútil, ropa vieja sucia y húmeda en una pequeña casa de madera y zinc parecía no dejar lugar a un rayo de esperanza. De las paredes cuelgan imágenes religiosas, así como el Cristo crucificado, uno de los testigos de su mal estilo de vida.

Por su apariencia, todo indicaba que este lugar no tenía un espacio cómodo, la cama era como una tumba vacía llena de ropa mojada. El olor y el color turbio de la extrema pobreza se ven amplificados por los rayos del sol que invaden sin permiso la intimidad de los hogares más pobres.

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