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Chávez, el capataz que hundió a Venezuela

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Cuando escribí sobre Hugo Chávez, el inútil capataz que gobernó Venezuela, me inundaron de obscenidades.

Cuando escribí sobre Hugo Chávez, el inútil capataz que gobernó Venezuela, me inundaron de obscenidades. Vinieron a mí en masa, como si esperaran, ansiosamente, que les hablara de su héroe. Admito que Chávez es uno de mis temas favoritos. Y cómo no podría ser. Es la antítesis de la prudencia. La encarnación perfecta del nuevo revolucionario nacido de la extrema derecha, de donde vino y donde sus acciones lo ubicaron.

Es un «reino», no una revolución que él presidió y se va como un legado que los cubanos han elegido para sucederlo. Maneja el tesoro de Venezuela como si fuera suyo. Convirtió el petróleo y otras riquezas de su país en herramientas para sus ambiciones personales. No puede controlar sus emociones. Dice lo que se le ocurre sin preocuparse por los guiones.

La escena de él actuando en Chile en 2007, frente a sus colegas iberoamericanos, no tiene precedentes. Temía la posibilidad de no llamar la atención y esta fobia le hacía provocar las explosiones a las que se había acostumbrado en el mundo. Decidió centrarse en el fallido golpe de estado que intentó destituirlo del poder hace varios años. Uno difícil. Un tema que queda fuera de la agenda de una cumbre que trata temas importantes como el agua y la cooperación entre naciones.

Sus quejas no son inútiles. El líder de un intento de golpe fallido pero sangriento contra un gobierno legítimo en su país ha hablado de los golpistas y ha acusado a otros de crímenes que él mismo cometió. No respeta a nadie. El rey le reprendió cuando quedó claro que no dejaría hablar a Rodríguez Zapatero, que exigía respeto a su ausente oponente, José María Aznar. Es muy grosero. Ningún protocolo o regla tiene valor para él. Usó el petróleo, como hizo con este país, para imponer sus estándares a otros países.

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