Tomando agua solo cuando llovía, sin comunicación y sin alimentos, Pedro Antonio Vázquez, conocido como “El Japo”, junto a un compañero, sobrevivió 19 días en alta mar, luego de que se les acabara el combustible y desaparecieran por más de cuatro meses, mientras pescaban en las costas de Honduras.
Luego de aproximadamente un mes en el mar pescando, El Japo, oriundo de Luperón en Puerto Plata, y su camarada salieron a pescar, quedándose sin combustible al final del día.
Al rato, su radio de comunicación se descargó, y el mal tiempo los envió lejos del barco principal. Cuenta que permanecieron dos días viendo la nave a una milla de distancia; pero no pudieron dar con su paradero. A los tres días, la tripulación se rindió y dejó de buscarlos.
“Bebíamos agua cada tres días, cuando lluvia. La acumulábamos en la cantina de la comida. No pensaba en el hambre, si le daba mente, me moría más pronto”, narra.
19 días después, un ciclón les volcó la yola justo cuando vieron tierra. Deshidratados, hambrientos y con la poca fuerza que les quedaba, nadaron por cuatro horas hasta llegar a una playa de Belice, donde unos agentes de migración los rescataron y mantuvieron en un centro de acopio gubernamental por tres meses, debido a que no recordaban ningún número de teléfono para comunicarse a República Dominicana, ni portaban identificaciones.
“Yo me ‘formateé’. No es fácil todo ese tiempo en el mar sin comer nada”, dice.
“Lo más complicado fueron esas cuatro horas nadando, luego de 19 días sin haber comido nada, uno sin fuerzas”, cuenta “el difunto Japo”, como le apodaron en el pueblo de Luperón tras casi cinco meses sin saber de él.
Dice que durante el tiempo que estuvieron a la deriva, vieron a varias embarcaciones se aproximarse, pero nadie los ayudó.
En el lugar de apresamiento le daban las tres comidas del día, dormitorio y ropa. Según explica, por no tener documentos la deportación tardó más. Desde allí los enviaron en avión hacia el país, haciendo escala en Panamá.
El Japo asegura que nunca se despertó, pues se mantuvo esperanzado que lo iban a salvar. “Yo nunca perdí la esperanza. Yo le pedía a Dios no me deje morir, que yo quería ver a mi gente”.
Fueron acomodando la yola mientras esperaban ser encontrados, utilizando fragmentos de un galón colocados en los laterales, ingeniaron una especie de cobija para el fuerte sol.