Según la OMS, en 2023 se produjeron 263 millones de casos y 597 mil muertes por esta afección en todo el mundo, lo cual representa unos 11 millones de casos más que en 2022, y casi el mismo número de muertes.
Aproximadamente el 95 por ciento de esos decesos se produjeron en África, donde muchas personas en riesgo siguen sin tener acceso a los servicios que necesitan de prevención, detección y tratamiento de la enfermedad.
La enfermedad continúa dañando de manera desproporcionada a las personas que viven en esa región, especialmente los niños pequeños y las mujeres embarazadas.
Etiopía, Madagascar, Pakistán, Nigeria y la República Democrática del Congo representaron La mayor parte del aumento de casos, con Etiopía por sí sola reportando 4,5 millones de casos adicionales.
Cuatro países, Nigeria, la República Democrática del Congo, Níger y Tanzania, contribuyeron con más de la mitad de los fallecidos de la región.
No obstante, los nuevos datos de la OMS revelan que desde el año 2000 se han evitado unos dos mil 200 millones de casos de malaria (o paludismo) y 12,7 millones de muertes, pero la enfermedad sigue suponiendo una grave amenaza para la salud mundial, sobre todo en África.
Por otro lado, están las amenazas constantes de la resistencia a los medicamentos y los insecticidas y los desafíos emergentes planteados por los parásitos zoonóticos y las especies de mosquitos invasores.
Un paquete ampliado de herramientas que salvan vidas ahora ofrece una mejor protección contra la enfermedad, pero se necesitan mayores inversiones y acciones en los países africanos con una alta carga para frenar la amenaza.
La OMS recomienda los mosquiteros tratados con insecticidas de nueva generación como una herramienta fundamental para combatir este desafío y señaló que la especie de mosquito invasor Anopheles stephensi, que prospera en entornos urbanos, amplió su área de distribución a ocho países africanos.
Originario del sur de Asia y la Península Arábiga, Anopheles stephensi representa una amenaza importante para el control de la malaria urbana debido a su resistencia a los insecticidas y su adaptabilidad a las altas temperaturas.
La investigación puso de relieve la creciente intersección entre la malaria y el cambio climático, subrayando cómo el aumento de las temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos exacerban la carga mundial de este mal.
Asimismo, los conflictos, la variabilidad climática y la migración siguen impidiendo el acceso a servicios esenciales de prevención, diagnóstico y tratamiento.
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