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CIUDAD DE MÉXICO, 29 de abril (EL UNIVERSAL).- El Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México moviliza diariamente a más de tres millones de personas, conectándolas con sus destinos. No obstante, también es un espacio donde la violencia viaja entre vagones, afectando a usuarios, principalmente mujeres.
En los últimos meses, las redes sociales y la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México han activado las alarmas sobre un fenómeno en crecimiento: los “pinchazos”. Según denuncias públicas de afectados, consiste en que los agresores inyectan sustancias a sus víctimas, “se cree con la intención de violentarlas”. Sin embargo, la Fiscalía ha informado que, de las 20 denuncias, solo a dos personas se les han detectado estupefacientes y que continúan la investigación para determinar si la presencia de esas sustancias está o no relacionada con el hecho. A pesar de que hasta ahora se han abierto nueve carpetas de investigación, estos incidentes han puesto en evidencia lo que algunos usuarios califican como “una mafia de negligencias” que normaliza la violencia en el transporte público.
Leticia, quien ha sufrido violencia sexual en la Línea 2 del Metro, asegura que esta problemática va más allá de los “pinchazos”.
Karla, otra usuaria habitual del transporte, asegura que sus trayectos no son nada seguros pues “Desde miradas lascivas hasta toqueteos, es como si esto ya fuera parte del viaje. Nadie denuncia porque parece ‘normal'”, lamenta.
La inseguridad no discrimina género. Aunque las denuncias formales por pinchazos hasta la fecha suman 21 casos, muchas víctimas prefieren recurrir a las redes sociales para narrar sus experiencias. Según Priscila, estudiante de la UNAM, el anonimato en estas plataformas permite que más personas se atrevan a alzar la voz. “Las fiscalías revictimizan, no te creen y pierdes muchas horas”, asegura.
Acoso sexual, roces indeseados, miradas intimidantes e incluso actos grotescos como masturbaciones en público son parte del panorama cotidiano para los usuarios del Metro. Según testimonios recopilados para EL UNIVERSAL, 4 de cada 5 entrevistados que han sido víctimas de algún tipo de violencia en este sistema de transporte no han denunciado por miedo, falta de tiempo o pruebas suficientes.
“La inseguridad se vive, pero cuando el vagón está lleno y no sabes quién fue, no hay a quién denunciar”, explica Karla.
Si bien el Metro cuenta con mecanismos de seguridad, como la palanca de emergencia en los vagones y la presencia de personal de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en los torniquetes, pocos usuarios los conocen o confían en ellos. “Yo no he visto ‘polis’, y luego me da más miedo”, confiesa otra usuaria.
En algunos casos, las agresoras también han sido mujeres, lo que genera una atmósfera de desconfianza generalizada, “he visto cómo hasta las mujeres violentan, por eso no confío en nadie”, lamenta Priscila. Por ello, los capitalinos han adoptado estrategias para protegerse, como compartir su ubicación en tiempo real o portar objetos defensivos.
La violencia en el Metro es un síntoma de problemas más profundos: la falta de protocolos claros, la saturación del transporte y una percepción generalizada de inseguridad que, según los entrevistados, ha ido en aumento.
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