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Pero, cuando preguntan, ¿cómo te gustan? Es allí donde comienza el debate.
Hay quienes las prefieren con sus granos, otros no las soportan sin que estén bien coladas. Algunos les ponen leche de coco, otros ni la consideran.
¿Pasas? Un tema de controversia nacional, ¿batata? Para muchos, sin eso no valen.
Están los que las comen calientes, recién hechas, los que esperan que se enfríen para que agarren cuerpo y quienes meten su jarrito o taza en la nevera para disfrutarlas totalmente frías.
Hay golosos que las hacen bien melosas y los que están a dieta y las quieren bajas en azúcar.
Y no se puede obviar la famosa pregunta: ¿Con o sin galletitas?
La verdad es que hay tantas versiones como casas en el país, pero pocos se resisten a unas buenas habichuelas con dulce y más, hechas con amor.
Aunque aún no se sabe con certeza quién fue el genio que inventó esta mezcla cremosa de habichuelas, leche, azúcar, batata, pasas y especias, hay varias teorías.
Algunos historiadores sugieren que la receta llegó con los colonos franceses en el siglo XVIII (siglo 18), quienes tenían la costumbre de hacer frijoles con azúcar en tiempos de Cuaresma.
Como los colonizadores no tenían los mismos ingredientes que en Europa, adaptaron la receta con lo que encontraron aquí en la isla: habichuelas rojas, coco y especias.
Otros aseguran que también hay influencia de África y Asia, regiones donde los frijoles dulces son parte de su cocina tradicional. Pero, aunque venga del otro lado del mundo, nadie las hace como en Quisqueya.
Durante la Semana Santa los católicos practican la abstinencia de carnes y comidas pesadas. Entonces las habichuelas con dulce se convirtieron en una alternativa deliciosa y libre de culpas religiosas. Además de que la fecha al parecer coincidía con la cosecha de las habichuelas.
Hacer este postre se ha vuelto una tradición familiar y comunitaria, una excusa para reunirse en el campo, el patio o la casa, compartir, y mantener vivo un pedazo de la historia dominicana con cada cucharada.
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