Entretenimiento Primera Plana

Donde reside el alivio

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Un dolor que se palpaba en el ambiente, que dejaba un silencio denso entre cada grito.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

La tragedia que ha impactado tantas vidas en Jet Set nos sumerge en un mar de interrogantes sin respuesta, donde el tiempo parece suspenderse.

Pero incluso allí -en lo incomprensible, en lo quebrantado- hay una llama que no se extingue: el consuelo.

Cuando recibí la llamada a las 7:00 a.m., con un llanto desesperado al otro lado de la línea, buscando una palabra de aliento porque su hija estaba dentro del centro de entretenimiento… fue desgarrador para mi corazón.

En ese instante comprendí que hay dolores que no se pueden explicar, pero que sí pueden ser acompañados.

Estando en el lugar de los hechos, y presenciar los lamentos incontenibles de quienes recibían la noticia de que su ser querido había sido hallado sin vida… fue sencillamente sobrecogedor. Un dolor que se palpaba en el ambiente, que dejaba un silencio denso entre cada grito.

Una pérdida que superaba toda lógica. Y, sin embargo, incluso en medio de esa desolación, algo sagrado ocurría: los abrazos, las oraciones, las manos que temblaban juntas… eran testigos del Dios que consuela a través de su pueblo.

El Dios de toda consolación no siempre responde con palabras, pero siempre se acerca con presencia. Se manifiesta en una mirada que comprende, en el susurro de quien ora por otro, aunque no lo conozca. Porque en el misterio del sufrimiento también florece la compasión, y en cada lágrima compartida se revela la posibilidad del amor.

Y es en momentos como estos, cuando el alma queda expuesta, que podemos ver con más claridad a quienes han transitado antes senderos de dolor.

Sus palabras, sus silencios, su capacidad de sostenernos nos recuerdan que el consuelo verdadero a menudo nace de una herida ya sanada.

El sufrimiento que hoy vivimos, aunque no lo entendamos, puede convertirse en la llave que un día nos permita entender a otros, tender la mano y decir con sinceridad: “yo también estuve allí, y no estás solo”.

Quizás no podamos evitar el dolor, pero sí podemos decidir qué hacemos con él.

Podemos dejar que nos encierre… o permitir que nos transforme. Porque quien ha sido consolado, puede llegar a ser un faro para otros. Y así, la oscuridad no tiene la última palabra.

A los que aún esperan, que no pierdan la fe. A los que han perdido, que no se sientan solos.

El consuelo no borra el dolor, pero lo abraza. Y cuando es Dios quien consuela, incluso la herida se convierte en puente hacia una luz mayor.

En Jesús encontramos ese refugio eterno, donde el alma cansada puede descansar, donde el corazón herido encuentra sanidad, y donde las lágrimas no caen en el vacío, sino en las manos de Aquel que ha prometido estar con nosotros hasta el fin. Él no solo consuela: transforma. No solo acompaña: renueva. En Él, incluso el dolor más profundo puede abrir camino a una esperanza que no defrauda.

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