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Todos los imperios, sin importar su magnitud ni su fuerza política, económica y militar, han sucumbido. Ninguno ha perdurado en el tiempo, ni siquiera aquellos que se creían predestinados. Ni siquiera Roma, la “ciudad eterna”, la “ciudad de Dios”, logró evitar la caída.
Desapareció el Imperio Persa, el Imperio Ruso, el Imperio Británico, el Imperio Chino, durante la dinastía Qing, el Imperio Francés, el Imperio Español, el Imperio Romano, el Imperio Bizantino, el Imperio Otomano y la dinastía Han, el Imperio Alemán, el Imperio Japonés (la Casa Imperial), entre muchos otros, más grandes, más pequeños, más débiles, más poderosos.
Los países imperialistas someten usando su poderío militar, imponiendo no solo gobiernos y formas de gobernar, sino también su idioma, su cultura, su gastronomía, sus deportes y su religión. Violan a sus mujeres y asesinan a sus hijos.
(Por ejemplo: Los imperialistas romanos, quienes mataron y crucificaron a Jesucristo (sobre cuya existencia, por cierto, no hay pruebas científicas, sino mitos y leyendas), a quien, según el relato bíblico, sustituyeron por Barrabás.
Es decir, optaron por el ladrón en lugar del santo mesías que vino al mundo a redimir a los humanos de sus pecados (¿?).
Los romanos imperialistas fueron los mismos que, años después, impusieron el cristianismo a sangre y fuego en todos los territorios conquistados.
(Las Cruzadas, las Inquisiciones, etc., fueron parte de las matanzas provocadas por esos cristianos, incluyendo el exterminio de los indígenas latinoamericanos, especialmente en la Isla Española, donde en tan solo 30 años los aniquilaron sin piedad, como si fueran bestias esclavizadas, no seres humanos: hombres, mujeres, ancianos y niños. (“Los indios vivos se convirtieron en cristianos muertos”, escribió el poeta Pablo Neruda).
El imperio norteamericano (Imperialismo Yanqui) se ha extendido por casi todo el mundo gracias a su poder económico, (a través de una moneda falsa y ficticia llamada “dólar”, sin más respaldo que el de las bombas, incluyendo la atómica, los misiles de corto y largo alcance, sus cada vez más destructivos submarinos atómicos, los aviones y portaaviones cada vez más veloces y mortíferos, y la proliferación de imponentes bases militares por todo el planeta, etc.
Con todo ese arsenal, casi imbatible, el Imperialismo Norteamericano ha impuesto gobiernos, dado golpes de Estado y asesinado a líderes relevantes en todo el mundo, incluso en su propio territorio (Martin Luther King, entre muchos otros).
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