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Las calles que atraviesan mi vida están funcionando de maravilla, ya que gracias a ellas sigo, ahora plácidamente sentado en mi escritorio, redactando estas líneas y aguardando a que el café humee un poco más, para beberlo sin quemarme. Una rutina matutina muy personal, que como muchas personas hago y que casi siempre me permite intuir la hora.
Miro mi reloj para confirmar y exactamente son las 9 y tres minutos. Habitualmente solo tomo café a esta hora, pero hoy recordé que debía escribir estas líneas y eso hago, avanzando por estas calles que llevan por mi vida sin distraerme, pues siempre he pensado que una vida es un universo y debo entregar estas líneas hoy, antes del mediodía. Así que me concentro, me reconcentro en lo que deseo escribir, y escribo.
Mi gata se ha sentado a mi lado, junto a la bandeja con el termo y la taza de café. Las ventanas de mi estudio empiezan a levantar fuertemente la voz, como animales celosos que gruñen. Me levanto a mirar por una de ellas para calmarla y veo edificios, muchas casas y muchos árboles muy verdes y frondosos. El cielo es gris y chispea, pero aún así sigue todo muy iluminado. Los árboles y toda la naturaleza recuerdan mucho que es primavera y comienza a chispear más fuertemente, de inmediato para, lo que solo fue un amago de lluvia.
A la vez levantan más ruidosamente la voz algunas máquinas demoledoras, tractores y camiones se mueven ruidosamente en las calles de allá afuera, no tengo manos para llegar a ellos, pero ingenuamente sospecho que a la menor caricia se calmarían.
Yo solo pienso, es Santo Domingo en primavera y todo hierve, chispea, llueve, sale el sol y la luna, construyen más calles por todas partes, que llevarán indudablemente y sin perder tiempo a ti, lector.
Cada cual tiene sus calles, estas líneas solo muestran algunos trechos -unos muy ruidosos, otros silentes y profundos- de las calles que llevan a mí.
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