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Santo Domingo.- El sol se ocultaba sobre las calles polvorientas de Los Girasoles, pero para María Esther Gil, de 34 años, su día apenas empezaba. Su labor diaria era recorrer cada rincón de su sector en el Distrito Nacional, observando las grietas en el asfalto, la escasez de agua potable y la frustración silenciosa en los rostros de sus vecinos.
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Ante la evidente falta de oportunidades y las urgentes carencias en servicios básicos, esta joven comunitaria sintió un llamado inevitable: tomar las riendas del desarrollo y asumir, por propia voluntad, el liderazgo que su vecindario tanto necesitaba.
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Su primer paso fue conseguir medicamentos de alto costo para sus vecinos, aquellos que, entre lamentos, le contaban sobre sus dolencias. Nadie los escuchaba ni los apoyaba; eran solo parte del montón de personas para quienes el acceso a la salud sigue siendo un privilegio.
Acudió a amigos y familiares para obtener medicamentos a bajo costo para Juan y Santiago, quienes sufrían enfermedades catastróficas. Tras esta hazaña, María sostiene que la satisfacción del deber cumplido se transformó para ella en una misión de vida. Con el tiempo, se unió a grupos sociales en busca del bien común.
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Inspirada por las necesidades colectivas, movió sus fichas para hallar soluciones efectivas a los problemas que aquejaban a su comunidad, como la falta de aceras y contenes, el deficiente suministro de agua potable y la ausencia de alumbrado en las calles.
“En mi casa teníamos una bomba sumergible, y por eso no teníamos problemas con el agua, pero a mis vecinos no les llegaba. Así que los convoqué para exigir a las autoridades que garantizaran el suministro para Los Girasoles”, cuenta María.
Con el ceño fruncido, respiración profunda y mirada firme, describe que su mayor desafío como mujer ha sido lograr que su voz sea escuchada en las instituciones responsables de dar respuesta a las necesidades de su sector. Frustrada, comenta que algunas problemáticas tardan años en solucionarse, pero para ella, rendirse nunca ha sido una opción.
Durante la conversación con el equipo de El Día, María se repone. Una delicada sonrisa, como media luna en noche de primavera, se dibuja en su rostro. Entre risas, afirma que su mayor satisfacción es ver a sus vecinos llenos de alegría cuando les dice: “Mañana mismo tendremos la solución”.
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Basándose en el pasaje bíblico Mateo 20:28, María vive para servir.
“Para mí, una mujer líder es aquella que lucha sin importar barreras, que enseña a los demás a luchar. Ser líder también es colaborar para que existan más líderes”, afirma María con convicción.
Han pasado 15 años y María, ahora una mujer de 49 años, comenta con orgullo, mientras sus ojos se humedecen y sus mejillas se sonrojan, que a sus seis hijos los educó con tres valores fundamentales: humildad, solidaridad y respeto. Hoy todos son emprendedores que se dedican al comercio.
“He recibido muchos reconocimientos, pero ninguno como caminar por las calles y recibir el cariño de las personas. Sus abrazos y palabras de motivación son mi recompensa. Llevo ocho años presidiendo la junta de vecinos de Los Girasoles y aún siento que hay más por dar. Mi sueño es que, al concluir esta gestión, logremos crear una fundación que beneficie a todos mis compueblanos”, confiesa María, elevando la mirada al cielo, como si este fuera su único límite.
Como ella, miles de mujeres alzan su voz en beneficio de la sociedad. Son voces firmes que denuncian sin miedo los males que afectan a sus comunidades. Voces que inspiran respeto, siembran esperanza y construyen futuro.
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