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¿Por qué podría haber hoy día en el país una explosión como la de 1965? Por la economía y el espectáculo.
¿Exagerado? No. El dinero lo es todo para cualquier dominicano actual como lo era la política para los del período iniciado con el magnicidio del 61, cuando sacar adelante cualquier iniciativa o proyecto, como se dice ahora, dependía de hacer negocios con el Estado o conseguir un buen contacto en el gobierno.
El dinero, las influencias que de él se desprenden y el poder que lo acompaña, transitan hoy día por muchas vías, entre ellas las clandestinas o ilegales, si se prefiere esta expresión.
El papel del Estado, en sentido general, es el de sostener la plataforma donde se desarrolla la cotidianidad, lo cual implica un pacto para tener seguridad jurídica y pública, orden, confianza en la población de que al irse a la cama no se despertará con una ruptura del orden político como el del 25 de septiembre de 1963, cuando fue derrocado el Gobierno de Juan Bosch; como la explosión del 24 de abril de 1965, cuando empezó el derrocamiento del Gobierno de Donald Reid Cabral, o como el del 21 de abril de 1984, cuando las revueltas impulsadas por una economía en crisis causaron decenas de muertes y destrozos de negocios y propiedades. Y que si ocurre alguna de estas contingencias será sometida por el Estado a lo que debe ser.
El papel de facilitador que se le acaba de atribuir al Estado en el párrafo precedente no es un absoluto. La realidad es que para una corriente profesional, la de los políticos partidistas y sus relacionados, es una fuente en sí misma, particularmente por la fragilidad de la condición ciudadana del dominicano actual, que si puede prosperar a la sombra de la economía privada, se desentiende del funcionamiento político del Estado.
Si la gente se viera de pronto privada de unas condiciones macroeconómicas aceptables (crecimiento medio, inflación de un dígito y confianza en el sistema financiero), de la Internet, o de ambas a la vez, las probabilidades de estallidos podrían incrementarse.
Sesenta años después de la guerra del 65, la cotidianidad ha dado un vuelco, se ha alejado de la política, que tiende a convertirse de actividad abarcadora y receptora de las emociones como lo fue entonces, en nicho desapasionado en el que se puede invertir dinero, no ponerlo como colaboración o como deber impositivo.
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