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Hoy es Miércoles Santo y estamos justo en el centro de la Semana Santa, durante la cual las confesiones cristianas recuerdan cada año la pasión de Cristo. Para los cristianos, estos días tienen un significado más allá del ritual; también implican un tiempo para reflexionar y evaluar lo crucial en la vida. Y es aquí, en esa dimensión separada de lo litúrgico, donde creyentes y no creyentes podemos, y debemos, hallar un punto de encuentro. Esta Semana Santa nos halla aún sumergidos en el impacto y el dolor por una tragedia de gran alcance. Al dolor de las víctimas se suma el de una sociedad que ve extinguirse cientos de vidas y también es testigo de ese sufrimiento, que por su profundidad no puede dejarnos indiferentes. Quienes no participamos de los ritos religiosos tenemos la posibilidad de aprovechar estos días para examinar nuestros actos y actitudes y considerar si son beneficiosos para nosotros, nuestros seres queridos y la sociedad en general. Es el momento perfecto para tener en cuenta que no somos solo individuos, sino también parte de una comunidad, y que le debemos a ella. Todos, creyentes y no creyentes, tenemos el deber de concentrarnos en las cosas que nos unen, de ser solidarios y compasivos entre nosotros. Como nos enseña la parábola del buen samaritano, nuestras diferencias no pueden ser las que guíen nuestro actuar, ni tampoco un obstáculo para ser la mejor versión de nosotros mismos. Independientemente de nuestras diferentes creencias, los dominicanos compartimos una fuente común para nuestra visión filosófica y ética del mundo, la que presentan los Evangelios. Es por eso que, aun si la fe no es parte fundamental de nuestras vidas, todos estamos llamados a auxiliar al necesitado como hizo el buen samaritano, a no juzgar y a ayudar a los demás a llevar su carga. Esto no es una renuncia a nuestra individualidad, ni un llamado al sacrificio sin sentido, sino un recordatorio de que tenemos más cosas en común de las que nos separan. Aprovechemos esta semana, nos lo debemos a nosotros mismos.
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