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Tonila: la amabilidad personificada

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Era una mujer de su casa.

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Hay personas que vienen a este mundo con la única misión de hacer el bien. Tonila estuvo en ese grupo. Era de esas personas de las que no puedes decir nada negativo. Si ibas a su casa, siempre tenía una buena cara para recibirte. Un plato de comida, no se lo negaba a nadie. Un favor se lo hacía a cualquiera sin importar a quién. Su ‘pasatiempo’ favorito era ayudar a los demás y concentrarse en su familia. Era una mujer de su casa.

Toda la vida mi familia se sentirá en deuda con ella, aunque haya partido a los brazos del Señor. Fue quien, sin preguntar, acogió a algunos de mis hermanos en su casa cuando llegó el momento de entrar a la universidad, pues todavía mis padres no habían tomado la decisión de mudarse a la Capital.

Aunque todos tenemos esos buenos recuerdos de ese trato cálido, desinteresado y solidario que ella les dispensó, son ellos quienes nunca han podido borrar de su mente las atenciones que Tonila, quien era una tía política, tenía con ellos.

Tanto es así que, si hubiese sido por ella, se quedaban a vivir la vida entera sin que les pesara su presencia en su casa. Eran como sus propios hijos. Escuchar a mi hermano Miguel contar cómo ella, para que él no se fuera sin comer a la universidad cuando tenía clases al mediodía, le hacía algo rápido con amor y entrega, como una madre lo hace con sus hijos. Nunca tuvo una mala cara ni los trató a ellos distinto a Denni, Rigo, Juan, Kenia y Omar.

Tal vez esta enfermedad la hizo olvidar muchas cosas, pero nunca le borró su noble esencia. Seguía siendo cariñosa y bondadosa. Siempre mantuvo su sonrisa amplia, su pelo lacio y corto, y su misma estructura física. Así la recuerdo desde que yo era una niña hasta que se fue a los brazos del Señor, precisamente, el mismo fatídico ocho de abril, coincidiendo con la tragedia del Jet Set.

Aunque su partida ha causado un gran dolor, nos consuela el hecho de que se fue al cielo, porque estoy segura de que si el requisito para irse a la gloria es la bondad, hace mucho que ella tenía su reserva al ladito del Altísimo. Ojalá allá también se encuentre con su amado Lalo, su esposo de toda la vida.

Tal vez yo no tuve la oportunidad que también tuvieron varios primos de vivir en su casa, pero con amor y nostalgia recuerdo las vacaciones que sí pasaba en Herrera, donde tanta gente entraba y salía de esa vivienda que al parecer estaba hecha de miel.

Estar allí era como estar en una ciudad fabulosa, donde se ponía de manifiesto al más alto nivel, el don del servicio de una mujer que supo cumplir aquí en la tierra la misión que más le agrada al Señor: amar al prójimo como a ti mismo. Claro, hubo una pequeña variación: ella amó más al prójimo que a sí misma. Descanse en paz.

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