Tecnologia

Cosas raras que hacemos con el móvil y que no admitimos en público

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Hace más de diez años que vivimos con el móvil como si fuera una extremidad.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Cádiz (1973) Redactor y editor especializado en tecnología. Escribe profesionalmente desde 2017 para medios y blogs en español.

Hace más de diez años que vivimos con el móvil como si fuera una extremidad. Lo usamos para todo: para saber la hora, aunque tengamos reloj; para ver si llueve, aun estando a cubierto; y para ver si alguien nos ha escrito, aunque nadie lo haga desde hace horas. Pero entre esos usos hay un universo de manías, tics y hábitos absurdos que pocas veces confesamos.

Yo soy el primero que abre WhatsApp solo para cerrarlo sin hacer nada. Es un acto reflejo, como rascarse la cabeza cuando uno piensa. Me pasa igual con Instagram, entro, refresco el feed, veo las mismas fotos de hace una hora y salgo. Y luego vuelvo a entrar cinco minutos después. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que es por si el algoritmo ha cambiado de opinión.

Otro clásico, usar la linterna del móvil para todo. ¿Se te cayó una moneda entre los cojines del sofá? Linterna. ¿No ves bien el prospecto de las pastillas? Linterna. ¿Se te cayó algo al suelo del coche? Linterna. Se convirtió en la nueva navaja suiza, el recurso universal para situaciones de emergencia doméstica. A veces hasta la enciendo sin querer y paso minutos con un foco blanco apuntando al techo sin saber por qué.

También está esa costumbre de hacer scroll en piloto automático. Empiezas viendo un vídeo de cocina y terminas, sin saber cómo, viendo un tutorial para construir una cabaña en medio del bosque con palos y barro. ¿Vas a hacerla? No. ¿Vas a volver a ver ese vídeo? Tampoco. ¿Te quedaste embobado viéndolo entero mientras se te enfría el café? Absolutamente.

Hay un perfil de usuario que merece un estudio aparte y son los que cogen el móvil como si fuera una tostada y le hablan o graban audios en posición horizontal, con la pantalla mirando al cielo y la boca a cinco centímetros del altavoz. Es un gesto tan absurdo como entrañable, una mezcla de ritual y superstición tecnológica. Da igual que uses auriculares, que haya gente alrededor o que el móvil tenga tres micrófonos: el audio se graba como si estuvieras susurrando a una rebanada de pan caliente. El móvil, por supuesto, no se inmuta, pero uno se siente mejor haciéndolo así. Cuestión de fe.

Y qué decir de hablarle al asistente de voz con una mezcla de esperanza y frustración. “Oye Siri, pon una alarma para dentro de 10 minutos”. Y Siri responde: “No he entendido eso. ¿Quieres que lo busque en internet?”. No, Siri, quiero que hagas lo que te he dicho. Pero claro, a veces acierta, y entonces te reconcilias con la tecnología. Hasta la próxima vez. Y si usas Android, idem de lo mismo.

Y luego están los gestos de ansiedad digital. Mirar el móvil sin desbloquearlo. Encenderlo para ver si hay notificaciones, aunque no haya vibrado ni sonado. Hacer como que escribes un mensaje solo para evitar hablar con alguien en el ascensor. O ese tic de revisar que el móvil esté en el bolsillo cada cinco minutos, aunque no te hayas movido del sofá.

Sí, hacemos todo esto. Lo haces tú, lo hago yo. Y aunque no lo admitiríamos en una reunión de trabajo ni delante de nuestra pareja, lo cierto es que son pequeñas costumbres que ya forman parte de nuestro día a día. La tecnología no solo nos cambia la vida, también nos convierte en personajes un poco ridículos. Y lo mejor es que, en el fondo, nos da igual. Porque sí, he hecho todo esto. Y lo seguiré haciendo.

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