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Cuando acallar voces se transforma en peligro

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En periodos electorales, el mayor riesgo para la democracia a menudo no viene de afuera.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

En periodos electorales, el mayor riesgo para la democracia a menudo no viene de afuera. A veces, surge de la intención expresa de silenciar ciertas voces. En esta ocasión, el núcleo del debate no fue Moscú ni Pekín, sino un país europeo forjador de la democracia, una ciudad faro de la democracia como es París… y Rumanía.

Pavel Durov, fundador de Telegram, reveló públicamente haber recibido una petición directa de un gobierno de Europa occidental — con Francia en el punto de mira — para eliminar canales y contenidos conservadores relacionados con las elecciones presidenciales en Rumanía. Una solicitud que, de ser confirmada, representa un acto de censura sin precedentes de una potencia europea hacia un país soberano.

“No se puede defender la democracia destruyéndola”, afirmó Durov, al anunciar su firme rechazo a la petición, acompañado de un irónico emoji de baguette.

La elección rumana fue tensa: Nicușor Dan, un independiente centrista, superó por siete puntos al euroescéptico George Simion, catalogado por algunos medios como de “extrema derecha”. La campaña se desarrolló en un ambiente de alta polarización y acusaciones de interferencia extranjera. De hecho, una votación previa fue invalidada y se prohibió la candidatura de Călin Georgescu, considerado aún más radical.

Francia, al ser señalada indirectamente por Durov, reaccionó de inmediato. El Ministerio de Asuntos Exteriores calificó las acusaciones de “completamente infundadas”, considerándolas una “distracción” de las amenazas reales a la democracia rumana. Sin embargo, las dudas sobre la transparencia del proceso electoral ya habían sido sembradas.

Un análisis comparativo de los medios internacionales revela un patrón preocupante:

El tercer gráfico compartido es alarmante: solo el 13% de las fuentes son verdaderamente independientes. El 33% está vinculado directamente a gobiernos, y el resto responde a intereses corporativos, conglomerados o capitales privados. En este ecosistema, la pluralidad parece una ilusión, y el control informativo, una constante.

A esto se añade que el 68% de las fuentes tienen alta factualidad, lo cual indica que incluso las narrativas manipuladas pueden ser técnicamente ciertas, aunque sesgadas. La verdad, en esta era, no es solo lo que se dice, sino cómo se presenta.

Durov ha sido controvertido en el pasado, pero en esta ocasión su postura ha sido aplaudida por defensores de la libertad de expresión. Su negativa a censurar canales conservadores en Rumanía transmite un mensaje potente: la democracia no puede construirse sobre la base de la censura ideológica.

“El pueblo rumano merece libertad de expresión y elecciones justas”, concluyó Durov.

¿El futuro de las elecciones será una lucha no solo por los votos, sino por quién domina el discurso digital?

La respuesta, como la democracia, debe permanecer abierta.

Porque si los algoritmos deciden qué ideas se difunden y los gobiernos quiénes pueden expresarse, entonces ya no estamos votando por candidatos, sino por filtros invisibles.

Y cuando el discurso se regula en silencio, la voluntad popular se transforma en eco… no en elección.

El verdadero desafío de esta década no será únicamente defender el derecho al voto, sino asegurar el derecho a expresarse antes de votar. Porque sin voces libres, no hay elecciones justas. Y sin elecciones justas, no hay democracia que sobreviva.

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