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Como buen luchador, a Diego Arroyo (Toledo, 36 años) le cuesta “tener la conciencia tranquila”. Durante quince años, ha pedaleado para no perder el equilibrio y que Veintiuno hallase su sitio en la música, pese a los desvaríos. Arquitecto en sus inicios, obsesivo por naturaleza, devorador de cómics… Arroyo es un “oompa loompa” de la industria. Hoy disfraza letras sobre la adicción, la depresión o el hartazgo hacia las relaciones superficiales con melodías luminosas que conectan con una generación de jóvenes. Como La vida moderna, Perder los modales, Dopamina o Cabezabajo. Orgulloso de su “vocación evangelizadora”, cultiva un discurso crítico con su gremio que gusta a unos e incomoda a otros.
Pregunta. Le encanta hablar de meritocracia. ¿De dónde le viene?
Respuesta. De unos padres “rojos”, supongo. En mi casa, la conciencia social se mamó desde crío. Mi padre es abogado de UGT y mi madre maestra. Lo llevamos en el ADN.
P. ¿Hay mucho “nepobaby” [persona que alcanza el éxito profesional gracias a su parentesco con figuras prominentes] en la música?
R. Sí, muchísimos. El mundo del arte es una nepocracia. Es difícil acceder y se basa en contactos, clases nobles y familias. Es normal, lo que pasa es que no es popular hablar de ello.
P. No hay muchos artistas jóvenes que lo digan…
R. Porque, para empezar, te juegas las relaciones con colegas. Me meto con la idea del “lo hice por mí mismo”. Ese argumento me horroriza. Cuando leía entrevistas de gente hablando de su éxito, no veía la letra pequeña: muchos eran hijos de artistas o de ejecutivos. A lo mejor tienen un talento inmenso o a lo mejor es porque el CEO de Spotify España va a su casa a cenar.
P. ¡Pero a Veintiuno le va bien!
R. Ya, pero no te imaginas la cantidad de peña que sufre porque no saben qué falla con su proyecto artístico y no falla nada. Simplemente, se comparan con gente con la que no tiene sentido compararse porque han salido 17 escalones por encima. Hay artistas con más talento que yo que ya no tocan porque no los llaman… Me da una pena que me muero.
P. No hay que compararse. ¿Otra lección?
R. Lo importante que es tener un buen abogado, desligado de todos los agentes que hacen dinero de ti.
P. ¿Por qué?
R. Porque esta industria se aprovecha de la opacidad y gente que interviene mediante un sistema de comisión te intenta estafar y robar. Y algunos lo consiguen. Es muy frecuente. Porque no hay estatutos ni está regularizado. Nos pasó en nuestro primer lleno en Madrid. Tiramos de la manta y descubrimos que había alquileres de furgonetas en nuestro nombre, que debíamos dinero a gente que creíamos que habíamos pagado…
P. Dice que es un “gremio caníbal”. ¿Le llaman al orden?
R. Sí, con cierta frecuencia. Hay una frase de Tolstói que me gusta: “Entenderlo todo es perdonarlo todo”. Contar las cosas ayuda. Sé que sienta muy mal, pero no señalo a nadie, solo digo que sucede. He sido autor de las otras dos grandes multinacionales y he visto muchas cosas. Tengo vocación evangelizadora o para algunos vengativa…
P. ¿Vengativa?
R. [Hace una pausa] Soy más iracundo que vengativo, pero luego no valgo para nada. Me enfado, blasfemo y digo: “¿Para qué?”.
P. La ticketera que gestiona las entradas de su grupo, Wegow, acaba de entrar en preconcurso de acreedores y pueden perder cientos de miles de euros. ¿Cómo está?
R. Ha sido el mazazo más gordo que me han dado nunca. No sé cómo, pero vamos a remontar esto. No me voy a permitir ni llorarlo. Es como un accidente, solo puedo seguir.
P. ¿Le cuesta que le tomen en serio?
R. Como artista, te dicen lo que quieres oír todo el puto rato. Y si hacen dinero de ti, más. Encontrar verdad y honestidad es menos frecuente cuanto mejor te va, pero, cuesta que te escuchen porque se da por hecho que no te involucras en tu carrera porque solo buscas el éxito.
P. ¿Por qué es tan discutidor?
R. Supongo que será un plato sazonado de bullying a lo bestia, de ostracismo y de tardar mucho en que la música fuese una opción.
P. ¿Le acosaron?
R. Todo el pack. Humillación física y psicológica continuada hasta los 16 años. Era el empollón de clase, un “niño rata”, el blanco perfecto. Recuerdo llevar el bocadillo que nos preparaba mi madre y que me lo quitaran.
P. ¿Qué es ser un “niño rata”?
R. Criarte en casa leyendo, tocando, jugando a videojuegos… Conecté con gente por internet antes que en el colegio. Porque hablarle de Alan Moore o de Queen a mis compañeros no era una opción. Era un billete a que te machacaran.
P. ¿Era superdotado?
R. Es que eso es una etiqueta horrible. Me hicieron el test y salió que sí [Bebe un trago a la cerveza]. Me incomoda este tema porque me parece vanidoso. Es como presumir de hacer obra social… Pero, bueno, mis padres valoraron llevarme a un colegio especial y subirme de curso, pero al final decidieron que no. No disfruté de mi tránsito por el colegio. Estaba deseando largarme de Toledo.
P. ¿Alguna secuela?
R. Soy muy sensible a la gente que se habla mal. Se me encienden cosas.
P. Estuvo ingresado por un trastorno ansioso-depresivo. ¿Está de moda hablar de salud mental hasta banalizar con ella?
R. Estoy super de acuerdo, pero me da miedo decirlo porque creo que aunque se haga “porno” de la salud mental es mejor que no hablar de ello. Hay gente que verbaliza que está mal para llamar la atención y ganar un titular cuando está de promoción. Eso me da pudor, pero creo si lleva a una persona que lo necesita a terapia está guay.
P. ¿Ha tenido recaídas?
R. Sí, tengo un carácter muy depresivo y tengo bajadas y subidas, pero trato de ser responsable y medicarme. Hay una canción que me emociona mucho, Son of a Preacher Man de Dusty Springfield y recuerdo que el pasado diciembre escuchándola no me provocaba nada. Es una tontería, pero es un indicador de que algo no va bien. Estar vigilante es bueno. Y si me toca medicarme, me medico.
P. ¿Sigue habiendo estigma?
R. Sí… El “loco” es una etiqueta muy fea. Hay mucha mitología al respecto. Pesa mucho. Porque tu cabeza es el sitio en el que más pasas en tu vida.
P. Sí, también la radio comercial, las grandes “playlists” editoriales de Spotify, las revistas, las marcas… Estamos muy bien posicionados, pero no estamos en la parte grande de la industria.
P. ¿Siente que la gente no presta atención a las letras?
R. En ciertos estilos de música es menos frecuente prestar atención a la letra por cómo brilla el sonido. Hay gente que se sorprende de las letras de Veintiuno cuando hacen cuatro o cinco escuchas.
P. ¿Quién es Diego Arroyo?
R. El hijo de Maricarmen y José Carlos, el hermano de Pablo y de Javi. Una persona profundamente curiosa.
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