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La morada secreta de Pablo Neruda

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Entramos, nos mostró la casa, y café de por medio, comenzamos a charlar.

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Valparaíso es una de las ciudades más hermosas de Sudamérica; estuve allí en numerosas ocasiones y este nuevo viaje comenzó con la idea de volver a recorrer las colinas desde donde se divisan los tejados de todas las casas, con sus colores, culminando en La Sebastiana y el Paseo Gervasoni.

Valparaíso es la sede del Congreso Nacional de Chile y el lugar donde un día del año 73 desapareció Juan Andrés Blanco Castillo, un dominicano de 23 años que había ido a estudiar a Moscú, y de allí recaló en ese sitio donde, al igual que tantos en el período de la dictadura, encontró las garras de la muerte.

Nos esperaba Francisco Marín, periodista especializado en temas de derechos humanos, autor de tres libros sobre Pablo Neruda y Salvador Allende, a quien se le ocurrió que debíamos conocer una casa, en la que el poeta Pablo Neruda pasó un tiempo en la clandestinidad y donde escribió parte del Canto General, su libro más importante.

En 1948, cuando Neruda era senador electo por dos provincias, el presidente Gabriel González Videla rompió su alianza con el Partido Comunista que lo ayudó a llegar al poder, promulgó la “Ley maldita” e inició la persecución de sus antiguos aliados, entre ellos Pablo Neruda, quien había sido el jefe de propaganda de su campaña electoral.

El 6 de enero de 1948, despojado del fuero parlamentario, pronunció el “Yo acuso”, su último discurso en el senado, y huyó, “perseguido por profesionales de la cacería humana”.

Nos cuenta en su libro de memorias que cambiaba de casa casi a diario y entre los sitios conmovedores que lo albergaron, recuerda una casa de dos habitaciones, “perdida entre los cerros pobres de Valparaíso”. Esa es la casa clandestina, en Cerro Lecheros. Una casita de dos habitaciones y un sótano al que se baja por una escalerita de 16 peldaños, ubicada entre las colinas desde donde se observa un panorama fascinante de techos custodiados por gaviotas y pintados de todos los colores que la mente pueda imaginar, y en el fondo, el paisaje de la playa azul.

Tras tocar tres veces, se abrió la prehistórica puerta, y tras ella, María Teresa Aguilera, una esplendorosa profesora de literatura y lengua española, jubilada, ahora dedicada a la corrección de estilo, propietaria, guardiana de la memoria histórica; nos miró de arriba a abajo y tras presentarnos, identificó a Francisco por los libros que había leído de él; Rosa José y yo desde el primer momento les caímos bien. Entramos, nos mostró la casa, y café de por medio, comenzamos a charlar.

Esa casa fue el último refugio de Neruda en la clandestinidad. El padre de María Teresa, José Aguilera, la compró a dos marineros que, junto a una madre enferma y dos hermanas, protegieron la seguridad del poeta en Valparaíso.

El mismo Neruda relata que tras la promulgación de la Ley Maldita, sus discursos se tornaron violentos y la sala del Senado se llenaba de público para escucharlo.

Fue acusado de calumniar y de injuriar al presidente González Videla quien le puso precio a su cabeza, obtuvo el desafuero parlamentario y ordenó a la policía su detención.

Cuenta María Teresa que de esta casa salió disfrazado de mujer. Luego, protegido por el Partido Comunista, inició la fuga en auto y a caballo. Llegando a la frontera encontró una choza abandonada, y escribió en la pared: “Hasta luego, patria mía. Me voy pero te llevo conmigo”.

Tras recorrer más de mil kilómetros, entró a la ciudad de San Martín de los Andes, Argentina, donde volvió a ser un hombre libre.

Conocer esta casa, es la realización de algo muy deseado, una de las cosas que llenan de emoción y conocimiento a quienes, amando la libertad, admiramos a los hombres que han luchado por ella.

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