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Ricardo Monroy dejó Bolivia hace once años con una maleta y un anhelo deportivo. Doce años después, no hay poder que lo despegue de aquí. Cuando Ricardo Monroy aterrizó en República Dominicana en 2014, lo hizo con la mira puesta en entrenar. Llegó como experto invitado para capacitar a algunos técnicos en ráquetbol, por sugerencia del presidente de la Federación Dominicana de ese deporte, Rafael Fernández. Nadie -ni él mismo- imaginaba que ese viaje le cambiaría la vida para siempre.
Monroy, nacido en Bolivia y forjado como una leyenda del ráquetbol en América Latina, había ganado ocho medallas de oro en Juegos Bolivarianos, fue campeón Panamericano individual y subcampeón en dobles. También tenía títulos en campeonatos mundiales y varias preseas en Juegos Centroamericanos. Pero su historia más importante aún no estaba escrita. No en la cancha.
Fue en Santo Domingo donde el entrenador encontró una razón más poderosa para quedarse: el amor. Todo comenzó con una de sus atletas, Alejandra Jiménez. Pero no es ella quien hoy lleva su apellido, sino su hermana mayor, quien solía acompañarla a los entrenamientos, sin imaginar que aquel entrenador carismático y comprometido terminaría siendo el hombre con quien formaría una familia.
Antes de conocer a su actual esposa, conoció a su madre, quien desde el principio tuvo una buena impresión de aquel boliviano de voz firme y corazón noble. Eso facilitó que el camino hacia el amor fuera más sencillo, más natural. Ricardo no solo pidió permiso para enamorarse, también habló con los padres, solicitó la bendición y se ganó la confianza de toda la familia. Hoy, tres años después, están casados y tienen un hijo de apenas un año que le cambió aún más la vida.
“República Dominicana me lo dio todo. Llegué por el deporte, pero encontré el amor y mi familia”, dijo Monroy a Listín Diario. Desde su llegada en 2014 como entrenador oficial de la selección nacional, la historia del ráquetbol dominicano también cambió. Bajo su liderazgo, el país consiguió medallas en destacados torneos internacionales. En los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2023, la selección dominicana sumó tres medallas de bronce, consolidando el impacto de su trabajo en una disciplina que no siempre ha tenido reflectores, pero sí pasión.
Ricardo cree firmemente en el potencial dominicano. “Aquí hay talento, hay fuerza, hay deseo de crecer. Si seguimos trabajando como lo hemos hecho, podemos llegar aún más lejos. El raquetbol dominicano tiene futuro”, afirmó. Pero su mayor logro no está en los podios. Está en su hogar, en su hijo que corre por los pasillos, en las sonrisas compartidas con su esposa, en esa vida que no esperaba pero que lo ha hecho completo. Llegó solo, pero hoy tiene una familia. Y eso… eso vale más que todas las medallas del mundo.