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Este misionero de la antigua Orden de San Agustín, también ciudadano peruano, fue en los últimos años un estrecho colaborador del difunto papa Francisco y, según su estilo, de manera discreta, entró en la lista de ‘papables’ para este cónclave, como un ‘outsider’ en medio de otros grandes nombres.
Su talante moderado lo posiciona como un puente entre las facciones conservadora y reformadora de la iglesia, y su vasto conocimiento de América le ha valido el respaldo de los cardenales del sur y del norte del continente, muchos de los últimos críticos con Francisco.
Prevost nació en 1955 en Chicago (EE.UU.). Su carrera eclesiástica comenzó con el noviciado agustino de Saint Louis, donde en 1981 asumió sus votos. Luego llegaron los estudios en Teología y un viaje de juventud a Roma para estudiar Derecho Canónico.
Después de ordenarse sacerdote en 1982, con 28 años, fue enviado de inmediato al que se convertiría en su segundo país: Perú, mediante su misión de Chulucanas, en Piura (1985-1986).
Este sería el primer paso de un largo camino en Latinoamérica, que prosiguió en 1988 en la misión peruana de Trujillo, seleccionando vocaciones agustinas en ciudades como Chulucanas, Iquitos y Apurímac, y ejerciendo otros roles durante una década en esa archidiócesis.
Prevost también acumula una dilatada experiencia docente en su país, además de ser prior general del Capítulo Agustino de Chicago, hasta que en 2014, desde Roma, el papa Francisco lo puso al frente de la diócesis peruana de Chiclayo, como administrador apostólico.
Un año después fue nombrado por Francisco obispo de Chiclayo, y desde 2018 fue vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal de Perú, enfrentando, entre otras cosas, la grave crisis por los abusos del grupo Sodalicio de Vida Cristiana, disuelto este año por el papa.
Tras un lustro peruano, en 2023, el pontífice argentino lo llamó a Roma para hacerlo cardenal y nombrarlo prefecto del Dicasterio para los Obispos, el ministerio vaticano que elige a los monseñores de todo el planeta.
Al frente de esta poderosa institución, que controla una enorme red de prelados en todo el mundo, también asistió a las pugnas de su mentor, el papa Francisco, con los conservadores católicos, plasmadas, por ejemplo, con la destitución del obispo estadounidense Joseph Strickland en noviembre de 2011, desleal con la Santa Sede.
Pero Francisco también lo puso como presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, gracias a su gran conocimiento sobre la realidad y las periferias del subcontinente.
Su rol de “ojeador” de obispos y su experiencia sudamericana hacen que Prevost mantenga un contacto continuo con la jerarquía eclesiástica alrededor del mundo, sobre todo en América, la región con la mitad de los católicos del planeta (unos 637 millones en 2004).
Pero su posible elección pontificia resulta una novedad no solo porque es considerado un cardenal joven, con 69 años, sino también porque se convierte en el primer papa llegado del corazón de un imperio ya suficientemente poderoso, los Estados Unidos.
A nivel de magisterio, aunque cauto, se ha pronunciado en línea con el papa Francisco, defendiendo la idea de un clero “cercano al pueblo”, diametralmente opuesto a la figura de un “directivo” o “un gestor”.
Y sobre la lacra de los abusos que ha sacudido la iglesia en los últimos años, y que el pontífice argentino afrontó, ha reclamado la obligación de “ser transparente y acompañar a las víctimas”.
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