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La nueva sátira de Manolo Caro es una serie mexicana que llega a Netflix con el estilo visual y temático que ya conocemos del creador de “La Casa de las Flores”, aunque en esta ocasión con menos drama, más veneno y bastante humor negro. Una escuela privada en Jalisco, México, es el escenario de esta nueva sátira de Manolo Caro. “Serpientes y escaleras” es una serie mexicana que llega a Netflix con todo el estilo visual y temático que ya conocemos del creador de “La Casa de las Flores”. Pero esta vez, el realizador ajusta su mira: menos melodrama, más veneno. Y sí, humor negro, en abundancia.
La premisa es tan simple como potente: una maestra con aspiraciones de ascenso se ve envuelta en una crisis institucional cuando dos alumnos, hijos de familias influyentes, se pelean. Y como en el juego de serpientes y escaleras, cada decisión que parece acercarla al éxito es, al mismo tiempo, una trampa que puede hacerla caer.
Cecilia Suárez, musa de Caro, vuelve a brillar. Si bien es imposible desligarla por completo de su icónico papel como Paulina en “La Casa de las Flores”, es una actriz que sabe cómo cargar con contradicciones morales sin perder el encanto.
Tanto es así, que nos hace cuestionarnos mientras vemos la serie: ¿Hasta dónde llegarías por un poco de poder? ¿Qué tan ética puede ser la ambición en un sistema tan corrupto?
Juan Pablo Medina interpreta a un político corrupto que encarna lo peor del poder heredado: privilegios, cinismo y una doble moral camuflada en discursos vacíos.
Repite dupla con Cecilia Suárez, con quien ya compartió pantalla en el éxito “La Casa de las Flores”. Juntos, son una fórmula que funciona: su química en pantalla añade tensión y profundidad a cada interacción.
Por su parte, Marimar Vega da vida a una madre obsesionada con mantener las apariencias y asegurar el lugar de su hija dentro del sistema, sin importar a quién deba perjudicar.
Ambos personajes añaden capas importantes a la crítica de la serie, mostrando cómo las figuras adultas son, en muchas ocasiones, más peligrosas que los propios adolescentes en una estructura tan viciada.
La serie no busca ser sutil. Y eso es parte de su encanto. Caro dispara contra todo: la política, el clasismo, la educación elitista, la cultura del “quién es tu papá”, e incluso el racismo cotidiano que aún persiste en muchos rincones de Latinoamérica. Pero lo hace desde una estética cuidada, colorida, casi caricaturesca, como si intentara envolver sus verdades más duras en papel de regalo.
Hay algo en “Serpientes y Escaleras” que recuerda las reglas del juego que le da nombre: avances y retrocesos que dependen más del azar — o del apellido — que del mérito. Y quizás ese sea el mensaje más contundente que deja: en ciertas estructuras, hay reglas que simplemente no aplican.
¿Es perfecta? No. Hay momentos en los que la sátira se torna demasiado evidente y algunas subtramas pierden fuerza frente a lo jugoso del conflicto principal. Pero es innegable que tiene algo que muchas series actuales eluden: una voz clara. Caro no tiene miedo a incomodar, ni a reírse del sistema mientras lo exhibe.
“Serpientes y escaleras” es una serie que incomoda con elegancia. Y que, entre risas, nos recuerda que la lucha por el poder rara vez se juega en línea recta.
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