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Suceso en Netflix, “El Eternauta”, saga de resistencia que impacta en la Argentina actual

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La verdadera amenaza es pensar que el problema del otro no nos afecta.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

La serie argentina de seis capítulos estrenada en Netflix, dirigida por Bruno Stagnaro, con guion compartido junto a Ariel Staltari y protagonizada por Ricardo Darín en el papel de Juan Salvo.

En una Argentina golpeada por la incertidumbre política, las divisiones sociales y una creciente necesidad de figuras culturales que convoquen a la unidad y a la reflexión, “El Eternauta” irrumpe no solo como una serie televisiva, sino como un evento.

Dirigida por Bruno Stagnaro, con guion compartido junto a Ariel Staltari — quien también actúa en la serie — , y protagonizada por Ricardo Darín en el papel de Juan Salvo, esta ambiciosa producción de Netflix revisita una de las historietas más icónicas del siglo XX en América Latina y le inyecta nueva vida, urgencia y dimensión política.

El desafío era mayúsculo. Adaptar la obra de Héctor Germán Oesterheld, cuyo contenido es considerado casi sagrado en la cultura argentina, requería un equilibrio complejo: respetar el legado, pero no petrificarlo; modernizar la narración, sin traicionar su espíritu.

“La clave fue ser fieles al mensaje original”, afirmó Staltari en diferentes entrevistas, resumiendo así el eje que guio cada decisión artística y narrativa de esta producción.

La serie no intenta reemplazar la historieta, sino dialogar con ella, extender sus implicaciones y trasladarlas al mundo actual.

Bruno Stagnaro, conocido por su trabajo en Pizza, birra, faso y Okupas, no desconocía el peso simbólico del proyecto.

Según él mismo confesó, abordó el guion sin pretensiones grandilocuentes, sino con un ejercicio de honestidad emocional.

“Vi qué me pasaba con la historia, la releí con otros ojos, y traté de ser fiel a eso.” Su dirección se siente íntima, incluso en medio del despliegue de efectos visuales y escenas de acción. Lejos de volverse un espectáculo vacío, El Eternauta se sostiene sobre pilares profundamente humanos: el miedo, la pérdida, el compañerismo, el sacrificio.

Ariel Staltari, por su parte, logró traspasar su propia emoción al guion. Actor y guionista con una trayectoria de trabajos que retratan las tensiones urbanas y sociales de Buenos Aires, vio en El Eternauta una oportunidad para explorar cómo una historia de ciencia ficción puede funcionar también como parábola de la Argentina real.

Desde su rol como actor secundario hasta su peso en la escritura, su participación imprimió una sensibilidad muy local al relato.

Pero si hay una figura que articula la fuerza simbólica del relato es, sin dudas, Ricardo Darín. Su interpretación de Juan Salvo es contenida, reflexiva y poderosa.

En lugar de ofrecer un héroe tradicional, construye un hombre común enfrentado a lo extraordinario.

“He conocido muchos héroes que, afortunadamente, no llevan capa”, dijo Darín. Y así es Salvo: un sobreviviente que no busca gloria, sino justicia. Un testimonio del hombre argentino promedio que, ante el colapso, decide no mirar hacia otro lado.

La trama sigue la estructura original de la historieta: una nevada mortal cae sobre Buenos Aires y transforma el mundo en un espacio hostil.

En medio del caos, un grupo de personas se organiza para sobrevivir.

Sin embargo, lo que era una amenaza natural termina por revelar una conspiración alienígena.

Esta ciencia ficción distópica es, al mismo tiempo, una metáfora de las dictaduras, la represión y el poder que opera en las sombras.

Oesterheld escribió “El Eternauta” como una advertencia y una denuncia, y esa carga simbólica se mantiene viva en la versión televisiva.

El resultado es una serie profundamente política, aunque no partidista. Habla de la organización colectiva como única vía para resistir, y del peligro del aislamiento, de la fragmentación social.

En palabras de Darín, “estamos mal acostumbrados a pensar que cuidar solo de nuestro entorno inmediato es suficiente para estar a salvo”.

En esta frase se resume uno de los núcleos de la serie: la falsa idea de que el peligro se detiene en la puerta de casa. La verdadera amenaza es pensar que el problema del otro no nos afecta.

El arte visual de la serie es otro de sus grandes aciertos. Con más de 20 escenarios creados mediante tecnología de producción virtual y múltiples locaciones reales, la serie logra algo pocas veces visto en la televisión latinoamericana: una Buenos Aires apocalíptica y verosímil, familiar pero distorsionada.

No se trata de una ciudad inventada, sino de una que ya conocemos, pero envuelta en silencio, cubierta de muerte blanca. Esta nevada no solo congela cuerpos; paraliza también el espíritu.

El diseño de producción, sin caer en clichés de la ciencia ficción hollywoodense, logra generar un ambiente de tensión sostenida.

Lo que más sorprende no son los efectos especiales, sino la humanidad que logra mantenerse en primer plano.

No hay exceso de acción ni violencia gratuita. La historia se mueve al ritmo de los vínculos humanos, de las decisiones morales que cada personaje debe tomar.

Las actuaciones, en general, están al servicio de ese tono. Desde los jóvenes hasta los veteranos del elenco, todos contribuyen a reforzar ese clima de inquietud y esperanza.

La música, a cargo de Federico Jusid, acompaña con sutileza y evita caer en lo grandilocuente, guiando emocionalmente al espectador sin manipularlo.

“El Eternauta”, como serie, no solo revive una historieta mítica. Se convierte en un espejo incómodo.

En cada episodio se cuela el eco de los desaparecidos, de la censura, del exilio, del silencio forzado.

En cada mirada de Salvo, se percibe la angustia de una nación que aún se pregunta cómo actuar frente al horror.

La adaptación de Stagnaro y Staltari no teme asumir esa responsabilidad: pone sobre la mesa los miedos de una época, pero también su posibilidad de redención.

La decisión de llevar esta historia a la pantalla en pleno 2025 no es casual.

La Argentina, sacudida por crisis económicas y disputas ideológicas, encuentra en “El Eternauta” un lenguaje común.

Aunque se trate de ciencia ficción, el mensaje es concreto: solo saldremos adelante si lo hacemos juntos. Es un llamado a la acción, a la empatía, a la conciencia colectiva. Y es quizás por eso que, pese a su carga dramática, la serie no se siente pesimista.

Hay algo profundamente esperanzador en ver a personas comunes enfrentarse a lo imposible.

La serie nos recuerda que la humanidad puede sobrevivir, siempre que no olvide sus lazos más elementales.

“El Eternauta” no es solo una adaptación exitosa. Es una declaración. Una que, como la obra original, probablemente será revisitada en cada nueva crisis nacional. Porque su mensaje es tan urgente hoy como lo fue en 1957: la verdadera épica no es la del individuo solitario, sino la del grupo que se mantiene unido cuando todo parece perdido.

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