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¡Vengan, gritemos con alegría a Jehová; cantemos jubilosos a la roca de nuestra salvación!, Salmo 95:1.
La condición más elevada del espíritu es adorar y honrar el dulce y excelso nombre de Dios. Una invitación consciente a la comunión total con nuestro Creador.
No hay otra forma más sincera y genuina de sentir el gozo de la salvación, que no sea en la incomparable adoración a Dios. Fuimos creados “para la alabanza de su gloria”, escribe el apóstol Pablo.
Nada ni nadie debe ocupar el lugar de la adoración en el culto de los creyentes, sino solo Cristo, Señor y Salvador de nuestras vidas.
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