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Desafíos de Claudia Sheinbaum frente a la presión de Trump

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Y quizás ese no sea el caso.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

“¿En qué podemos ayudar para combatir el crimen organizado en tu país? Si lo deseas, podríamos enviar tropas del ejército estadounidense a México”: más o menos eso le habría expresado el presidente Donald Trump a la presidenta Claudia Sheinbaum, y la respuesta fue un rotundo rechazo. “Podemos cooperar y coordinarnos para combatirlo — respondió Sheinbaum –, pero sin que esto implique una intervención militar en nuestro territorio”.

En ese momento se dio por concluida la conversación telefónica entre ambos mandatarios. Semanas después, en un acto público, Sheinbaum lo mencionó y finalizó diciendo a la audiencia que México “no es la piñata de nadie”, lo cual tiene varias interpretaciones y no todas son favorables, ya que a una piñata todos le pegan hasta romperla por completo. Y quizás ese no sea el caso.

Todo sugiere que la relación entre ambos mandatarios atraviesa un momento delicado. Con un rasgo principal: Trump tiene la sartén por el mango. Ya “tomó la medida” a Sheinbaum, con quien utiliza la dialéctica de la flor y la espina, o sea: por un lado, dice que la presidenta mexicana es encantadora e inteligente, pero, tras este gesto de halago, llega la punzada de la espina. La ataca con aranceles, militarización, vuelos y navíos espías, exigencias fronterizas, extradiciones, decomisos de fentanilo, diplomacia dura. Y así hasta que tienen una nueva llamada telefónica, bajo la misma lógica de presión, sin tregua.

Esta estrategia por ahora no considera una reunión cara a cara entre los mandatarios, como sí hizo Trump con Mark Carney, el nuevo primer ministro canadiense, lo que indica que la estrategia con sus vecinos y socios es diferente. Trump considera a los canadienses como aliados más confiables, al punto de bromear diciendo que le gustaría que Canadá fuera el estado 51 de la Unión Americana y llegó a llamar a Justin Trudeau gobernador y no primer ministro, en una falta de cortesía política que no agradó a los canadienses. Actualmente las relaciones entre los gobernantes de estos dos países han disminuido en cuanto a atención mediática, pero no así con México, donde cada día aumenta la tensión y la agenda se ajusta a las provocaciones de la relación bilateral.

En el momento de redactar este texto, por ejemplo, hubo tres decisiones estadounidenses que sacudieron Palacio Nacional. La primera, es la posible imposición de un impuesto del 5% a las remesas que los residentes extranjeros en la Unión Americana — legales e ilegales — envían periódicamente a sus países, y que cada año en México van en aumento. De hecho, se estima que por este concepto el año pasado ingresaron al país cerca de 64.000 millones de dólares; después de las exportaciones de petróleo, es la segunda fuente de divisas.

La segunda decisión, es el acuerdo que el gobierno estadounidense concretó con Ovidio Guzmán, el hijo menor de Joaquín El Chapo Guzmán, y que resultó en la protección de 17 miembros de esta familia mediante su traslado a territorio estadounidense, sin que mediara comunicación con México de que se había extraditado unilateralmente al capo sinaloense.

La tercera decisión, más interna, a mediano plazo, sugiere que posiblemente algo mayor se está gestando con la llamada narcopolítica, que es un eslabón crucial del concepto de narcoterrorismo y que ya está presente en las leyes estadounidenses: el gobierno estadounidense retiró la visa a Marina del Pilar Ávila, la gobernadora del estado fronterizo de Baja California, sin proporcionar detalles sobre las razones de esa acción unilateral poco diplomática y con fuerte carga simbólica.

No hay que olvidar que hace poco más de un mes Kristi Noem, la secretaria de Seguridad Nacional estuvo en Palacio Nacional y dejó sobre el escritorio de la presidenta Sheinbaum, según se supo, una lista de narcopolíticos que Estados Unidos desea que sean llevados ante la justicia estadounidense por sus nexos con los cárteles de la droga. Se trataría de miembros del gabinete y algunos altos cargos legislativos incluso de este y del anterior gabinete federal.

Y eso, de ser cierto, es un problema serio para la presidenta Sheinbaum, porque significa proceder contra miembros de su partido y podría provocar una convulsión política de gran envergadura, sobre todo si involucra a quienes han sido identificados como los operadores del expresidente López Obrador tanto en el gabinete como en el partido y el Congreso federal. Ahí es donde la administración Trump presiona y donde los márgenes de maniobra de Sheinbaum se reducen.

Claro, hay quien ve en todo esto una oportunidad para que el gobierno se deshaga de tutelas políticas que le impiden ejercer el poder completamente, pero hacerlo podría ser costoso y quizás más perjudicial que la presión de la administración Trump, porque desharía el proyecto de la Cuarta Transformación (4T), signifique lo que signifique.

Por lo tanto, Sheinbaum probablemente escogerá el mal menor, que es enfrentar a Trump cada vez que tome una decisión que afecte a México, y a su vez enviar mensajes a los políticos de su partido. Pero sus márgenes de maniobra son limitados en un país polarizado desde las elecciones de la primavera de 2024. O sea, que este conflicto se extenderá y estará marcado por la dosificación de decisiones estadounidenses que podrían terminar socavando su liderazgo.

No se descarta que, incluso, en un momento dado el gobierno de Estados Unidos actúe unilateralmente y haga lo que ya hizo con Ismael Zambada, el legendario narcotraficante sinaloense, quien nunca había pisado una prisión y hoy está resguardado en una de alta seguridad posiblemente esperando una o varias cadenas perpetuas. Entonces, este juego de poder, de suma cero, como decía el gran Yogi Berra, el receptor de los Yankees de Nueva York, no se termina hasta que termina.

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