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El premio Nobel de Economía Paul Krugman goza de una autoridad profesional considerable en temas de comercio internacional, por lo que esta columna no se atreverá a contradecirlo.
No obstante, ha hecho planteamientos recientes que, si se adoptan con vehemencia, podrían llevar a error a algunos, en momentos de gran polarización en el debate.
Para ejemplificar que los déficits comerciales no son siempre perjudiciales para una economía, Krugman ha usado el ejemplo de que tiene un enorme déficit comercial con la tienda de la esquina, pero a pesar de ese déficit no hay desequilibrio perjudicial, ya que financia esas compras con los ingresos que obtiene de su trabajo, y el dueño de la tienda emplea ese dinero para adquirir bienes y servicios de otros.
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Hasta ahí, eso, que también vale para el comercio de un país, es válido.
El problema se presentaría si Krugman incurriera en un déficit estructural, como podría ser el causado por una enfermedad prolongada o la pérdida de su empleo por mucho tiempo, y la deuda con la tienda presentara un aumento que se torne inasumible con el tiempo.
Es evidente que si fuera así, el dueño de la tienda podría demandar al deudor, y en el peor de los casos, la deuda, junto a los cobros compulsivos, podrían llevarlo al suicidio.
Habría que determinar si una mejor capacitación laboral o una mejor previsión en su salud le habrían evitado al deficitario que la deuda se volviera estructural.
En consecuencia, es crucial destacar que, tanto en el caso de un país como en el de una empresa o persona, el déficit comercial no es obligatoriamente perjudicial e incluso podría ser favorable –como cuando impulsa el crecimiento sin poner en riesgo la solvencia financiera ni la estabilidad–, pero cuando se torna estructural, y obliga al país a una pérdida de reservas internacionales y a un creciente endeudamiento, que amenazan con desembocar en una crisis de deuda, requiere correctivos.
Esos correctivos pueden implicar cambios en las políticas para aumentar los ingresos de divisas de otras fuentes (servicios, inversión extranjera no especulativa), potenciar el ahorro interno, acuerdos con los países socios para que reduzcan sus aranceles y barreras no arancelarias (esto estimularía sus exportaciones), incremento de aranceles a las importaciones, o una combinación de alternativas.
Lo esencial es que aprovechemos el déficit mientras las condiciones lo permitan, pero sin convertir su existencia en la norma que nos define, sino en el medio que nos conduzca hacia una economía robusta y prometedora.
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