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En el Evangelio de Juan, en las sagradas escrituras, Jesús fue presentado como la encarnación del verbo. “En el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Juan 1:1. Luego prosiguió, “y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” Juan 1:14. Desde las primeras civilizaciones, la palabra ha jugado un rol primordial. La palabra otorga o resta valor; la palabra transmite sensaciones, deseos, propósitos, alegrías, tristezas, angustias, fortalezas, debilidades, en fin, la palabra es el nexo entre las acciones cotidianas y las extraordinarias. Desde el Ministerio de Cultura de la República Dominicana hemos asumido el compromiso, como una cruzada nacional, de provocar un descenso en los niveles de intolerancia, irrespeto y agresividad que, de manera progresiva, viene comprometiendo el buen desempeño de la sociedad en todos sus ámbitos de competencia. A nuestra iniciativa la hemos llamado “El Poder de las Buenas Palabras”. El problema no tiene un origen ni un impacto solo local, esta problemática es inherente al desarrollo de los procesos de industrialización de las economías mundiales, de las nuevas tecnologías de la comunicación, y de los nuevos formatos de reproducción de contenidos en redes, etc. El nuevo papa, León XIV, en una de sus primeras apariciones ante la prensa, declaró: “El lenguaje, como las armas, tiene el poder de herir y de matar”. Su preocupación, legítima por demás, se enmarca dentro del auge y la degeneración que ha experimentado el lenguaje, en las calles, en la ordinaria dinámica laboral y, por supuesto, en las redes sociales, volviéndonos agresivos, erráticos e imprudentes. No es posible que una discusión banal por un parqueo, termine constituyéndose en una amenaza a la propia integridad física. O un ambiente laboral cargado de hostilidad donde se invierten, supuestamente, las horas más provechosas del día, se convierta en un lugar tenso e insostenible, sin la posibilidad de agregar valor. El poder de las buenas palabras es una iniciativa ciudadana que busca penetrar en el seno del hogar, mejorando la relación con nuestros hijos, con nuestros colaboradores más cercanos. Este plan abarca la escuela pública y el colegio privado; los puestos de trabajo; el quehacer cultural, a través de una mejora en la puesta en pantalla, en escena, mejorando la sonoridad de la música y su mensaje. Sin dudas, los medios de comunicación se constituyen en el epicentro del debate y la discusión pública de este o cualquier otro tema, por el nivel de influencia que produce y la penetración que tiene. Cualquier modificación conductual, debe partir de un ejercicio diáfano de comunicación; creando conciencia, aportando tiempo de transmisión, compromiso con la causa que se aborda y asumiendo un espíritu colaborativo. Si bien la promoción de la buena palabra como herramienta de comunicación no tendrá un resultado inmediato, sí podemos colocar el tema en la agenda y la discusión pública. James Clear, en su popular libro, Hábitos Atómicos, manifestó que, “todas las cosas importantes y trascendentes han tenido comienzos modestos”. Esta es una de ellas. Desde el gobierno damos el primer paso, pero esta iniciativa no puede ser vista como una acción exclusiva del Poder Ejecutivo, todos los poderes públicos deben abrazar este propósito; las empresas privadas, los líderes sociales, influenciadores, líderes religiosos, líderes deportivos, sociedad civil, partidos políticos, entidades sin fines de lucro, universidades, la clase artística, en fin, la sociedad dominicana en su conjunto. Cada quien desde su área de acceso y responsabilidad puede contribuir. Todo el propósito de la primera fase de este largo camino que hemos decidido emprender, se resume en una palabra: voluntad. Debe existir la voluntad de que suceda, de que el cambio se comience a aplicar en pequeñas y triviales conversaciones, en las aulas, entre vecinos, entre desconocidos; que la discrepancia argumental no nos siga llevando al terreno de la ofensa y de la descalificación. Siempre se puede mejorar y vamos a mejorar, por los nuestros y por nosotros mismos. La buena palabra sana, acerca, crea puentes, acorta distancias; la buena palabra acompaña, brinda calidez, aliento, estimula y conmueve; la buena palabra tiene un poder transformador que debemos aprovechar en nuestro beneficio y en el de nuestra colectividad. La multipremiada escritora española, Irene Vallejo, ha venido reflexionando sobre este particular y, me permito reproducir algunos de sus pensamientos en torno a un tema que está incidiendo directamente en las sociedades del siglo XXI: “Quién lo probó lo sabe. Una simple palabra puede iluminar el día o herirlo, darte alas o hundirte. Algunas frases despectivas se clavan en el tejido de la memoria y el daño arde a pesar de los años. Un comentario agrio puede agrietar una amistad o helar el deseo que empezaba a nacer. Por eso la hostilidad roba tantos afectos y aciertos. Ya lo advertía el Libro de un buen amor: Por una frasecilla se pierde un gran amor, por pequeña pelea nace un fuerte rencor; el buen hablar siempre hace lo bueno, mejor”. El poder de las buenas palabras es real, aprovechemos esta nueva oportunidad para, una vez que apliquemos algunos ajustes en el lenguaje, transformemos la sociedad dominicana en una más armoniosa y generosa.
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